jueves, 20 de noviembre de 2014

TEMOR REVERENTE

TEMOR REVERENTE

Y seis días después, Jesús tomó a Pedro, y a Jacobo, y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos; y su rostro resplandeció como el sol, y su vestidura se hizo blanca como la luz.
Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él.
Entonces respondiendo Pedro, dijo a Jesús: Señor, bueno es que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tabernáculos; uno para ti, uno para Moisés, y uno para Elías.
Mientras Él aún hablaba, una nube resplandeciente los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento; a Él oíd.
Y oyendo esto los discípulos, cayeron sobre sus rostros, y temieron en gran manera.
Entonces Jesús vino y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos sus ojos a nadie vieron, sino a Jesús solo.
Mateo 17:1-8 

Pedro, Jacobo y Juan vivieron privilegios que ninguno de los otros discípulos tuvieron. Ver la transfiguración de Jesús transformándolos en testigos privilegiados de su gloria es impactante. Observar dos personas con Cristo y darse cuenta que son nada mas ni nada menos que Moisés y Elías supera toda expectativa, de manera tal que Pedro hablaba sin saber lo que decía.

Toda experiencia espiritual es buena cuando son revelaciones de parte del Padre Celestial, pero que el Señor les permita participar de su nube de Gloria y oír directamente la voz de Dios diciendo: -Este es mi Hijo amado, en quién tengo contentamiento; a él oíd-, no es comparable con nada.

¿Qué es aquello que lleva a Cristo a dar participación a estos discípulos de tal revelación? ¿Qué es necesario que haya en mí para ser invitado a tal nube de gloria y tener semejante relación con el Padre?

No son nuestros razonamientos de niños ante tal majestad lo que nos impedirán semejante relación. Muy a pesar de nuestra madurez o fragilidad intelectual o espiritual, Cristo está dispuesto a invitarnos a entrar en su nube y oír de Dios su más tierno pensamiento de Padre, contentado por la obediencia de su Hijo. Solo es necesario temor de Dios.

0bserva la imagen de los tres discípulos caídos sobre sus rostros sin poder levantar la mirada ante la majestad de Dios. Mira su temor reverente. Son tres figuras inclinadas y sumergidas dentro de sí misma, como queriendo achicarse hasta desaparecer ellos mismos, dejando de ser para que solo sea Cristo.

La gloria de Dios consume la humanidad viciada de egocentrismo y el temor de Dios calla nuestra ignorancia ante sus palabras.

Jesús los mira. Nunca se arrepentirá de haberlos invitado a su nube de gloria. No esperaba menos de ellos. Solo temor reverente ante su Padre.

Vino y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos sus ojos a nadie vieron, sino a Jesús solo. Porque Cristo lo es todo. Es más que la nube por gloriosa que sea. Superior a cualquier experiencia espiritual con Moisés, Elías o cualquier siervo de Dios.

El Señor te invita a su presencia a oír directamente la voz de Dios. Inclinado, sumergido dentro de ti mismo, como queriendo achicarte hasta dejar de ser para que solo sea Cristo. Hundido en temor reverente ante su grandeza.



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