CARTAS II ¡QUÉ BUENO QUE ESTÉS AQUÍ!


CARTAS PARA UN ESCOGIDO II
¡QUÉ BUENO QUE ESTÉS AQUÍ!

Estoy feliz. Este es un momento muy ansiado. Saberte allí, dispuesto a buscar y gozar de los beneficios de Dios, sentado en la mesa junto a tantos escogidos. Te veo y sonrío. ¡Es tan bueno estar sentado en su mesa! Pero nada como verte con nosotros. Si tú no estuvieras mi búsqueda y mi servicio no tendría significado ni motivo de ser. Estar sentado frente a mi computador; pensar; orar; buscar en el silencio palabras que te bendigan ¿Dónde está su valor? Tu presencia eleva el momento. ¡Nunca sabrás totalmente lo importante que eres entre nosotros! ¡Jamás entenderás íntegramente lo transcendental que eres para Él! Miro a Jesús. Su sonrisa afirma lo que digo. Es un sentimiento basado en un amor profundo. Inexplicable. Sus ojos ven el fruto de la aflicción de su alma, y queda satisfecho.  Sus ojos te ven.













































                                                                                                                                               
Tabla de contenido


¡Qué bueno que estés aquí!
Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios

EL PERFUME DEL AMOR ES LA FRAGANCIA DEL SACRIFICIO
¡Estás aquí! 9
¡El fruto de su aflicción! 11
Un vaso de alabastro de perfume de nardo puro de mucho precio.. 14
¿Quién define los lugares?. 20
Uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda.. 22
¿Cuál lugar?. 26
Entre vosotros no será así. 28
Referencias bibliográfica y bíblicas. 32


BIENAVENTURADO EL QUE COMA PAN EN EL REINO DE DIOS

E
n mi primera carta, la principal motivación al escribirte fue buscarte, encontrarte y, finalmente, verte sentado en la mesa junto a tantos escogidos que gozan los beneficios del Reino de Dios. Que aceptes el amor del Padre en Cristo Jesús siendo ungido por Dios, y que busques a los escogidos extendiendo la misericordia recibida.
Hoy, es que puedas mirar atrás y ver todo el recorrido que has realizado. Que observes a la iglesia como la casa y el hogar de Dios en la tierra, manifestada como figura del cielo. Desde esta visión, que puedas percibir nuestra sublime responsabilidad: Hacer amables la morada donde nos congregamos para buscar la presencia del Señor.
Antes de que te interiorices en mi escrito, quiero referirte la siguiente historia bíblica:
Es sábado.[1] Jesús está invitado en casa de un gobernante, que es fariseo. Un hombre enfermo se presenta delante de él. Jesús lo sana. Luego, mira los asientos. Había algunos que representaban una ubicación privilegiada. Comenzaron a sentarse y hubo quienes empezaron a escoger los primeros asientos en la mesa.
Observando esta situación, refirió a los convidados una parábola concerniente a como nuestras actitudes nos pueden enaltecer o humillar. También enseñó sobre las recompensas de invitar y ser invitados por otros a diferente banquetes, y el contraste de obrar focalizando en aquellos que no nos pueden retribuir, con el sólo fin de ser recompensado por Dios.
Oyendo esto uno de los que estaban sentados con él a la mesa, le dijo:
--Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios--.
Como las palabras de nuestro Señor parecían presentar la recompensa futura bajo la idea de una gran fiesta, pasa por la cabeza de este hombre el pensamiento de cuán bienaventurados serían los que fuesen honrados al sentarse en aquella mesa. Distinguió el debido merecimiento a ser admitido en el banquete celestial, en donde Dios alimentará a sus santos de una manera inefable, los colmará de bienes incomprensibles, y les hará beber en el torrente de los placeres espirituales y divinos, que tiene reservados en su casa para sus escogidos.[2]
Entonces Jesús le dijo: --Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse.  El primero dijo: --He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses--. Otro dijo: --He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses--. Y otro dijo: --Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir--. En sustancia, la respuesta de nuestro Señor es ésta: La gran Fiesta ya está preparada, han sido repartidas las invitaciones, mas son rechazadas; la fiesta, sin embargo, no carecerá de una abundancia de comensales; pero a ningunos de los actuales despreciadores, quienes todavía vendrán a solicitar entrada, les será permitido gustar de ella.
Cristo nos dice de tres excusas como muestras de las demás y que responden al “cuidado de este mundo”, “el engaño de las riquezas”, y “los placeres de esta vida”, que ahogan la Palabra[3]. Cada una difiere de la otra, y cada una tiene su merecimiento, pero todas llegan al mismo resultado: --Tenemos otras cosas que atender, más urgentes por ahora--. No se representa a nadie como diciendo: --No iré--; en efecto, todas las contestaciones dan a entender que si no fuese por ciertas cosas irían, y cuando estas cosas dejen de estorbar, irán.
Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: --Ve pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos--.
Y dijo el siervo: --Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar--.
Dijo el señor al siervo: --Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena--.
La gran verdad a rescatar es que la Fiesta ya está preparada, es eterna, y comienza hoy.
Las palabras de nuestro Señor parecen presentar una recompensa futura bajo la idea de una grandiosa Fiesta. Muchos la interpretan como el comensal del relato: ¡Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios! Pero, sin poder discernir que el Reino de Dios está en medio de ellos y el verdadero Pan del Creador[4] sentado frente a él. Sólo tiene que aceptar ese reino en su vida y comer gratuitamente de la provisión de la gracia de Dios en la carne de su Hijo.
Es necesaria una comprensión del tiempo al cual estamos sujetos; entender que nuestro tiempo a la vez se sujeta al de Dios, que es por siempre. El anhelo del Señor es que comprendamos que el tiempo no es un condicionante, sino un parámetro creado por necesidad humana y su medición se efectúa en principio por los movimientos de los cuerpos celestes. Que tanto para el Antiguo como para el Nuevo Testamento, la diferencia entre el tiempo mortal y la eternidad no tiene que ver con su naturaleza, sino en la duración.
La eternidad es un tiempo sin límites, cuya línea infinita coincide por un breve período con la historia que constituye el horizonte temporal humano. La infinita línea de los tiempos de Dios es marcada con un sin fin de estado de cosas, donde nuestras vidas mortales coinciden en un espacio temporal a esta eternidad, pero con el objetivo final de compartirla por siempre.
Piensa por un momento: ¿Cuántas vidas traspasan el tiempo de Dios? Millones de millones, más allá de nuestro entendimiento. Millones de sueños, de deseos, de situaciones con sus comienzos y desenlaces. En este mismo momento, ¿Cómo puede nuestra mente captar el transcurso de la eternidad de Dios y las minúsculas vidas que nacen, desean y mueren, en tan solo un segundo del tiempo inmortal de Aquel para quien un día es como mil años; y mil años como uno de nuestros días?
El doctor William Barclay[5] dice que en el griego del Nuevo Testamento se traduce usualmente “eterno o perpetuo” con la palabra aionios.
Para muchas personas la palabra eternidad encierra todo un misterio. Fue Platón quien dio a aionios -él pudo incluso haberla forjado- su especial sentido misterioso. Resumiendo, para este filósofo, aionios es la palabra que indica eternidad en contraste con el tiempo mortal. La usa para denotar lo que no tiene principio ni fin, lo que no está sujeto a cambio ni decadencia, lo que está sobre el tiempo pero de lo que el tiempo es una imagen móvil.
Platón no quiere dar a entender con esta palabra una simple duración indefinida, sino eso que está sobre y más allá del tiempo. Lo esencial de esta imagen radica en que la eternidad es siempre la misma y siempre indivisible; su ser no es creado ni existe devenir; no hay nada semejante a más viejo y más joven; no hay pasado, presente ni futuro. No hay era ni habrá, sino sólo un eterno es. Obviamente, no puede darse ese estado en el mundo creado; pero, no obstante sus limitaciones, el mundo creado es la imagen de la eternidad.
El doctor William Barclay enfatiza que, “evidentemente, aionios es, en esencia, la palabra que se aplica al orden eterno como contrastado con el orden de este mundo; es la palabra que se aplica a la divinidad como contrastada con la humanidad; es la palabra que, en puridad, solamente puede aplicarse a Dios porque describe nada más y nada menos que la vida de Dios”.
Mirar lo que aún no es. Sentir en tu cabeza tu corona. Observar sus heridas eternas y ver como las tuyas se borran. Sentarte en la mesa del Padre y comer del Pan de Vida Eterna. Vivir hoy su vida en ti es vivir la eternidad.
Vida eterna no es simplemente existencia que dura para siempre. La vida eterna empieza aquí y ahora. Vida eterna es la inyección en los dominios del tiempo de algo que está bajo el dominio de la eternidad; es algo propio del Señor irrumpiendo en tu vida humana. Es la promesa de Dios de que si escoges vivir con Jesucristo, los cielos empiezan en la tierra. Es la venida de la paz y del poder de Dios a tu corazón turbado y frustrado. Es vivir como si ya estuvieras en el cielo. Mirando lo invisible para conseguir lo imposible. ¿Por qué esperar la muerte como si fuera la puerta de la eternidad?
Escucha a Jesús: --La iglesia es la proveedora de la savia que solo yo puedo dar, porque Soy la vid verdadera y ella mi pámpano. Es la congregación el redil de las ovejas donde el pasto no escasea y el único lugar donde la vida abunda. Su perfume es olor de vida para vida en los que creen y exhala el grato olor de mi conocimiento. Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta, el que por mí entrare, será salvo, y saldrá, y hallara pastos. El ladrón no vino sino para robar, matar y destruir; yo he venido para que tengas vida, y para que la tengas en abundancia.
Soy la luz que ilumina el mundo y el Pan con que mi Padre te alimenta. Soy el buen pastor que da su vida por ti. Soy el camino, la verdad y la vida por medio del cual llegas al Padre. ¿Puede mi iglesia esperar la resurrección para gozar la bienaventuranza de comer pan en mi Reino? Yo soy la resurrección y la vida. ¿Qué necesitas esperar?--.
La puerta está delante de ti. La mesa fue servida y el Pan te es ofrecido gratuitamente. Hoy es el día de tu bienaventuranza. El día que Dios hizo para ti. A la vez, es un hoy aionios, un eterno es. Porque tu vida eterna comenzó en el momento en que aceptaste a Jesús como Señor y Salvador tuyo. Te invito que entres a su casa y percibas los olores, las palabras y los silencios. Mira los rostros. Cada uno de los presentes en la mesa del Señor es un milagro de Dios. Tú eres el fruto de la aflicción de su alma y el mayor de sus milagros.



El perfume del amor es la Fragancia
 Del sacrificio

¡Estás aquí!

E
stoy feliz. Este es un momento muy ansiado. Saberte allí dispuesto a buscar y gozar de los beneficios de Dios, sentado en la mesa junto a tantos escogidos.
 Puedo mirar atrás y ver cuánto te he buscado entre las ovejas en la lejanía del desierto, para que vengas y ocupes tu lugar de hijo en la casa del Padre. El aceite de la unción ha llenado tu corazón. El fruto de su Espíritu desborda tu vaso. La corona ciñe tu frente y la adoración brota de tus labios. El lugar en la mesa es tuyo y los vítores de triunfo resuenan por todo lado.
Buscarte y encontrarte fue mi misión. En esta forma tan particular de estar frente a frente sin estarlo; mirarte sin hacerlo; y hablar contigo por medio de un papel que intentó exprese lo que deseo.
Hoy puedes creer en las expectativas del Señor con tu vida; puedes servirle pero siendo un siervo diferente, distinto de todos los conocidos, único. Un rey que ya no tiene que esperar; la unción está en ti. Un adorador que aprende a adorar todos los días, porque no hay adoración perfecta hasta que no conozcamos a Dios en todo su esplendor. ¡Y cuánto nos falta! Porque, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos; ¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él! Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?[6]
Observa: algo nuevo nació en tu interior. Lo pesado se fue. Los lazos se soltaron; el temor huyó. Las maldiciones se rompieron y la angustia no encuentra lugar permanente en ti. El brebaje santo no es el aceite de Samuel ni el oleó especial de Moisés, es la Sangre de Jesús que se derrama como un caudal de la misericordia de Dios.
Espíritu Santo de Dios, enséñame la más perfecta de las adoraciones. Escribiría lo más dulce, lo más tierno, las palabras que pierden toda su naturaleza lingüística porque no son de este mundo y no hay vocablos que la contengan. Nadie puede describir su valor y peso, ni su condición. No son palabras, sino segmentos de amor, como un ungüento derramado que llena la Casa de Dios, perfume del amor que es la fragancia del sacrificio.
¡Bendita bienaventuranza! Haber sido escogido y atraído a Jesús, para que habitemos en sus atrios y seamos saciados del bien de su casa, de su santo templo.[7] No importa tanto los espacios y lugares, sino nuestro deber de hacer amables la morada donde buscamos a Dios. Para que tu alma y la mía, anhelen y aun ardientemente deseen los atrios de la casa del Señor.
Para que muchos ambicionen vivir momentos en la congregación de los santos, porque allí hay paz y bendición, y digan: --¡Mirad qué bueno y delicioso es habitar con los hermanos, todos juntos y en armonía! Es una única y verdadera unción, como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío de Hermón, que desciende sobre los montes de Sion; porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna--.[8]
Ven. Observa a la iglesia. Abre tus ojos físicos y espirituales. Ocupemos nuestro lugar. Nos ubiquemos en una posición donde podamos ver al conjunto de las personas, los sucesos y el movimiento intenso de fervor y de entusiasmo. Un suave murmullo llena el aire y un manto de sumisa alegría los labios. Los rostros se ven impactados y deseosos. Lámpara son los ojos que parecen encendidos por una luz que iluminaría el mismo silencio. El corazón se precipita y el olor del amor es tan palpable como el aroma de los lirios de los valles, como el perfume de la rosa de Sarón[9]; una fragancia a suave ungüento derramado.
Cerremos los ojos y percibamos el dulce decir del amor; es el murmullo de corazones que sólo se escucha con el alma. Se encienden los anhelos y se silencia el infierno; nadie puede interferir ni ser ajeno:
--Eres para mí un manojito de mirra, que reposa entre mis pechos. Racimo de flores de alheña en las viñas de En-gadi--.
--¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! ¡Cuánto mejores que el vino tus amores, y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas! Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa; miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano--.[10]
El perfume del amor es la fragancia del sacrificio. El aroma de la elección, de la decisión de amar y dar todo por quien se ama. Aspiro con fuerza y lleno mi ser interior con este ungüento que me dice: --¡Decidí amarte! ¡Decidí amarte!--.
Jesús, mírame. Quiero verme reflejado en tus ojos. El brillo de tu vida es la luminosidad de la mía. Sólo quiero ser una lágrima que corra por tus mejillas. Sufre conmigo. Calla de amor, y abrázame. ¿Cuánto valor tiene la humedad de mis ojos echa río en tu presencia?
Mírame. Aquí estoy. Sólo quiero ser un destello en tus mejillas, ¡Y bastará! El universo es inmenso. ¿Qué soy yo en medio de lo mortal y lo eterno? ¿Cuán potente es mi grito si no puedo dejarlo salir de mí adentro? Prisioneros en el silencio sólo se liberan en mi llanto, callado y solitario caudal de mis sentimientos.
Busco dos ojos en los cuales verme; no lo encuentro. Si lo encontrará, aún así, no bastaría. Sólo los tuyos son remansos de amor que sacia el alma mía. Me veo en ti y siento que existo. Sin un destello de tu vida en la mía, soy muerto aún viviendo.
Porque tú vives, vivo; Porque tú amas, amo. Porque me escuchas, clamo. Porque estás aquí, espero. Porque existes, soy fuerte; avanzo; lloro; canto. Me caigo y me incorporo, una y otra vez; y sigo caminando.
Miro el cielo y te veo ¡Mirándome! Eres el espejo donde se reflejan todas mis esperanzas. La luz de tus ojos lo dicen todo. Todo por lo que puedo creer.  La humedad que moja tus pómulos expresan todo el amor que necesito. La faz de tu rostro me explica, en un lenguaje descifrado por mi corazón, que te importo de una manera tal, que si pudieras morirías otra vez, sólo por mí.
No es necesario. Sólo mírame. Cuando lo haces, sé que me amas y que ese amor no cambia ni mengua. Mírame. Y te devuelvo en mi mirada un dialogo de pasión que nadie comprenderá, sino aquel que estuvo en la escuela del amor donde tú me enseñaste a amar eternamente ¡Así!

¡El fruto de su aflicción!

E
l sonido de las voces y el bullicio de las risas son un cantar que ahoga al recuerdo de la aflicción, del lejano momento de las lágrimas. Todo parece tan distante. ¿Cómo recordarlo?
Te veo, y sonrío. ¡Es tan bueno estar sentado en su mesa! Pero nada como verte con nosotros. Si tú no estuvieras mi búsqueda y mi servicio no tendría significado ni motivo de ser. Estar sentado frente a mi computador; pensar; orar; buscar en el silencio palabras que te bendigan ¿Dónde está su valor? Tu presencia eleva el momento. ¡Nunca sabrás totalmente lo importante que eres entre nosotros! ¡Jamás entenderás íntegramente lo transcendental que eres para Él!
Miro a Jesús. Su sonrisa afirma lo que digo. Es un sentimiento basado en un amor profundo. Inexplicable. Sus ojos ven el fruto de la aflicción de su alma, y queda satisfecho.[11] Sus ojos te ven.
El salmista dice que aquellos que siembran con lágrimas, con regocijo siegan[12]. Nunca he sido un agricultor, más allá de lo doméstico. Un día planté frutales en el fondo de mi casa, trabajé la tierra y gocé de su fruto. No fue una labor tremenda comparada al que se dedica secularmente a esta tarea. Pienso que cuanto más sacrificio mucho mayor es el regocijo.
¿Cómo contar tus lágrimas, Señor? ¿Con qué compararía la aflicción de tu alma? Es como pretender saber lo que siente Dios al despojarse y hacerse hombre; lo que soportó Dios-hombre al humillarse a la condición de siervo; lo que enternece al Dios-siervo al dar su vida en la muerte más vergonzosa, muerte de cruz, haciéndose pecado por nosotros. Un conocimiento demasiado grande, ¿Cómo lo he de comprender?
¿Puedes describirme este misterio de despojo y de no aferramiento a nada que lo separe de su objetivo? Tú eres su objetivo. ¿Qué crees que podría hacer que Cristo volviera atrás en su cometido? ¿Tus pecados? ¿Tu pasado o presente o futuro, quizás?
Mi Señor te ve venir. Observa tu lento caminar. Tu sonrisa lo inspira. Cierra sus ojos y las imágenes, sonidos, olores y palabras, retrotraen al Dios hecho hombre a aquel momento crucial:
--¡Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz! ¡A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él! Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios--.[13]
--¡Bah! ¡Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz! A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. ¡El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, para que veamos y creamos!--[14]
Son tan patentes las palabras injuriosas pero nunca como las propias: --¡Eloi, Eloi!, ¿lama sabactani?--. ¡Dios mío, Dios mío!, ¿Por qué me has desamparado?
Su mirada busca sus manos. ¿Quién recorrerá y borrará las profundidades de su carne traspasada? ¿Lo hará el tiempo mortal, o el eterno? Es el Dios atravesado por amor. Sus heridas son marcas imperecederas. Pasaran los tiempos de los tiempos y aún en la eternidad veremos su humanidad glorificada. ¡Sus heridas, allí estarán! Señales eternas de un Dios derramado por nosotros como ungüento. ¡Perfume del amor sacrificial!
Me parece percibir un frío lejano recorriendo las huellas que los clavos dejaron en sus pies. La sensación de los latigazos que laceraron su espalda es tan manifiesta hoy como hace dos mil años. Sus heridas no se cerraron y sus llagas siguen sanando.
Su frente santa es coronada desde siempre y perpetuamente. Cristo es Rey desde y hasta la eternidad. Pero su condición de coronado por los hombres hace que tiemble mi sensibilidad por el estremecimiento de pensar, otra vez, en aquella corona de espina en su sien. Avizoro la humedad eterna de su sangre sobre mí. Sangre que nunca se seca; prosigue limpiando pecados, lavando maldades, hermoseando vidas sucias, inmerecidamente, por pura gracia.
Abre sus ojos buscándote entre la multitud. Te ve ocupando tu asiento y sonríe satisfecho. Eres el fruto de la aflicción de su alma. ¿Cuánto te preocupa lo que los demás piensen de Jesús? ¿Crees que podía salvarse a sí mismo? ¿Dios podría haberlo librado, “si le quería”?
Cuando pienso en su sufrimiento se compunge mi corazón. ¡Cómo quisiera ir a esa cruz y ser quien lo baje! Desearía ser quien secará su sudor y saciará su sed. A veces miro mi corazón y reflexiono. Mil preguntas pasan por mi mente. ¿Te habría comprendido? ¿O te hubiera abandonado huyendo cobardemente entre los arboles del Getsemaní? Escondido de arbusto en arbusto, quizás, me hubiera arrimado al fogón de tus injuriadores para negarte, una y otra vez, entre maldiciones. ¿Quién merece tu amor y perdón, tu eterna misericordia?
Me pregunto qué pensarás. La mesa está servida y hay un lugar para ti. ¿Lo valoras realmente? ¿Te das cuenta lo que es sentarse en la mesa del Señor y ser parte de su iglesia? Ponle un precio a tu butaca de socio honorable en la cual te sientas todos los domingos o cuando acostumbres congregarte. ¿Cuánto? ¿Un millón? Quizás treinta monedas de plata alcancen para comprarla.[15] ¿Te sorprende? Te aseguro que hay personas que por menos cambian su lugar en el Cuerpo de Cristo. Una mirada, la falta de un saludo, un chisme o un criticar sin fundamento son suficientes.
¿Cuál consideras que es el precio por una gota de la sangre de Jesús?
El perfume del amor es la fragancia del sacrificio. El aroma de la elección, de la decisión de amar y dar todo por quien se ama. Aspira con fuerza y llena tus pulmones y exhala pasión: --¡Decide amarle! ¡Decide amarle!--. Dile y hazlo Señor de tu vida.
Muchas veces de tan repetida las situaciones se naturalizan y pierden su valor: --“Es una reunión más”--, solemos pensar. El tiempo es un enemigo silencioso que enfría y apaga el calor. El fuego del amor se extingue y la rutina ahoga la pasión y sólo quedan recuerdos.
¡Jesús! Te pongo como un sello sobre mi corazón, como una marca sobre mi brazo. Porque fuerte es como la muerte el amor que tengo por ti; duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama. Las muchas aguas no podrán apagar mi amor, ni lo ahogarán los ríos. Si alguien se atreviese a ofrecerme todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciaría.[16]
Mi vida es un frasco de alabastro con perfume. Entraré por detrás, tímidamente, consciente de mi condición; atrevido e indigno a una mesa que no merezco. Llorando regaré con lágrimas tus pies, y los enjugaré con mi humillación; besaré tus pies, y mi unción para ti será un ungüento derramado de sacrificio.[17]
¡Si no tuve vergüenza para pecar, tendré, ahora, vergüenza para pedir perdón![18] Me quedaré del otro lado de tu casa, avergonzado de ti. ¿Mi condición de hombre será motivo para ruborizarme llorando de amor? ¡Avergüéncenme mis palabras, pensamientos, actitudes, iras, hechos, valores, la manera en que perdí mi tiempo y capacidades! La forma vil en que despiadada y deliberadamente abuse de otros y de ti.
¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro.[19] Me humillo ante el recuerdo de mis pecados pasados y me glorío sólo en ti, Señor Jesús.[20]
Mi vaso de alabastro de perfume es de gran precio, y no será un desperdicio. Porque comprendí el valor de servirte. Entendí el precio de la perla preciosa. Lo entregué todo por el tesoro escondido. ¿Si no tuve vergüenza para pecar, tendré, ahora, vergüenza para servirte confesando tu Nombre? 
¿Por qué me molestan con argumentos humanistas, mundanos, filosóficos e incluso científicos que no pueden comprobar nada? ¿Quién o qué puede desmentir y demostrar que es una mentira mi relación contigo? ¡Si se queman mis parpados por cada lágrima que derramo de amor por ti! Son llamas en mi pecho el pensamiento de tu cruz. El latido de mi corazón es pronunciar tu nombre.
Nada diferente hay en lo físico en mi habitación mientras te escribo, sin embargo, nada es igual. El ambiente está lleno de una fragancia exquisita. La alabanza en mi ordenador, celestialmente, eleva el ungüento de mi adoración. Cierro los ojos y pienso en ti. ¡Quiera Dios que tu corazón reciba un poco, todo, o mucho más de lo que recibo al escribirte! ¡Qué bueno que estés aquí! ¡Tremendo es qué puedas sentarte junto a mí, y comer en la mesa que Dios preparó para todos los seres humanos!
Cierra tus ojos. ¡Adórale! Por unos momentos, en silencio. Aquieta todo y piensa en Jesús. Mira sus manos, sus pies, su sien, toda su humanidad derramada. Vierte como ungüento tu adoración a él:

Jesús! Te pongo como un sello sobre mi corazón, como una marca sobre mi brazo.
Porque fuerte es como la muerte el amor que tengo por ti;
Duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama.
Las muchas aguas no podrán apagar mi amor, ni lo ahogarán los ríos.
Si alguien se atreviese a ofrecerme todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciaría.
¡Sobrevivirá a todo y a todos!--.


Un vaso de ALABASTRO de perfume de nardo puro de mucho precio

E
l perfume del amor es la fragancia del sacrificio, porque amor y sacrificio son dos amigos inseparables. El amor se manifiesta en hechos sacrificiales; siempre que queremos demostrar que amamos debemos renunciar a lo propio para dar. Dios no tenía otra manera de demostrar su amor por nosotros que no sea dando lo más sacrificial, a su Hijo Unigénito para que creyendo en él tengamos vida eterna.[21] Jesús es el perfume del amor sacrificial de la Divinidad.
Tu vida es un frasco de alabastro con perfume de nardo puro de mucho precio ¡No lo desperdicies! Derrámalo en ofrenda al servicio del Señor; riega con lágrimas sus pies y enjuágalos con tu humillación; bésalos, y todo tu ser será un ungüento derramado de sacrificio.
Observa a la iglesia. Ellos también son de alto precio. Todo lo que tienen para dar. Cierra tus ojos; aspira profundamente y llénate del perfume que exhala. Es un grato bálsamo. Dios llevándonos de victoria en victoria y manifestando en todo lugar por medio de nosotros el olor de su conocimiento. ¿Puedes percibirlo? Hay tantas personas que entran a sus congregaciones y sus sentidos espirituales están atrofiados por falta de uso, no logran percibir el perfume del amor congregacional estimulado en el conocimiento de nuestro Señor.
Conocer a Cristo va mucho más allá del plano lógico conceptual. El canal por el cual se desplaza este conocimiento es básicamente espiritual, basado en una relación personal con Dios a través de Jesús. Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte y a aquéllos olor de vida para vida[22].
¡Qué grande es este misterio! Cuando caminas por las calles o en tu hogar o dónde quiera que estés; Dios manifiesta ante todos que tú conoces a Cristo. Es un perfume que no sé puede percibir con los sentidos naturales, pero la gente lo percibe en su interior. Es el grato olor de Jesucristo.
Cuando la iglesia se reúne en el Nombre del Señor y ora, adora y alaba a Dios, exhala olor a un ungüento muy especial que se eleva al cielo, hasta la presencia misma de Dios[23]. Nuestra oración perfuma los cielos de los cielos. Tu ofrenda es olor balsámico, sacrificio acepto, agradable a Dios[24]. Cuando andamos en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, entonces, el olor de la iglesia es de ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.[25]
La gracia es la puerta abierta para entrar en la casa de Dios. Es un llamado a todos, sin hacer acepción de personas ni diferenciar en ellas, pero con un característico requisito: creer en Jesús y aceptarlo como único y suficiente Señor y Salvador de nuestra vida, reconociendo, arrepentido, todos nuestros pecados. Lo que no quiero que equivoques es el ánimo de la gracia. Eres llamado a libertad pero no es el espíritu de ésta una vía libre para hacer lo que queramos, sino una suma de responsabilidades.
La iglesia exhala olor a Jesús cuando anda en amor, pero no en cualquier clase de amor, en amor sacrificial, de entrega por los demás como Cristo se entregó por nosotros. Hoy estamos en la puerta de la casa de Dios, decididos a sentarnos y servirnos de los beneficios del reino de Cristo, pero quiero que sepas que existe la responsabilidad de hacer agradables la morada del Padre. Olor de vida para vida.
Tu congregación es una comunidad de personas redimidas que lavaron su vida de todo pecado en la sangre de Jesús. Es un lugar donde Dios reúne y expone al mundo espiritual su Gloria. Donde el Señor manifiesta su principal pensamiento: congregarnos para ser el fiel testimonio del gobierno y la Shekinah Santa, la presencia gloriosa de Dios en el santuario terrenal. Todo figura de lo celestial. Porque su voluntad eterna es congregarnos junto a Él por siempre. Un pueblo que glorifique su Nombre y lo haga conocer.
Quién quiera ver la Gloria del Señor debe observar a la iglesia. Cada uno de nosotros somos un milagro. Somos la manifestación de la Gracia y el Poder del Señor para redimirnos. Somos el testimonio del poder de la Sangre de Jesús para salvar. Tú eres un milagro de Dios.
Ahora, ninguno de nosotros nos atreveríamos a entrar en un hogar ajeno y sentarnos en cualquier lugar sin esperar que se nos asigne uno. Sería una falta de respeto al dueño de la casa. A veces, cuando comenzamos a entrar en confianza empezamos a perder la verdadera dimensión de quién es el Señor de la casa. Entonces creemos que podemos ocupar el lugar que deseemos o sentarnos donde mejor nos parezca. Esta excesiva confianza puede convertirse en humillación.
Quiero referirme, una vez más, a la historia bíblica de Jesús en la casa de un fariseo:
Es sábado.[26] Jesús está invitado en casa de un gobernante, que es fariseo. Sus ojos estudian los movimientos. Percibe mucho más allá de las apariencias. Una persona se acerca a saludarlo; es amable y rico. Se sienta en el lugar elegido. Otro se ubica a la distancia. No hay saludo, sólo una especie de mueca. Algunos de sus discípulos quedan afuera; otros entran pero miran desconfiados, desde lejos. Si lugar a dudas los convidados en esta mesa fueron seleccionados cuidadosamente. La manera de hablar, sus ropas y olores, los conceptos que tienen de sí mismo y de los demás son una muestra de la necesidad de cuidarse siendo precavidos.
El Señor observa los ojos; las miradas hablan. Los gestos y las sonrisas cómplices y llenas de malicia se comunican. Los invitados observan todas sus acciones y movimientos para ver si falta a algunos de sus ritos y observancias.
Un hombre enfermo se presenta delante de él. Jesús lo sana. Esta persona no parece invitada pero se le permitió entrar. ¿Es parte de la trampa sin saberlo o sólo es usado en su necesidad? Cristo ejecuta su autoridad sobre todo y todos. Sana la enfermedad y enseña a los maestros de Israel. Es Señor y no puede dejar de serlo.
Luego, Cristo mira los asientos. Había algunos que representaban una ubicación privilegiada. No tienen nada malo los espacios, la malicia está en la actitud del corazón. Comenzaron a sentarse y algunos empezaron a escoger los primeros asientos en la mesa. El orgullo de los invitados, que mirándose como elevados sobre los otros por una profesión de vida más santa, les hacía creer que tenían derecho a los primeros asientos. Observando esta situación, refirió a los convidados una parábola, diciéndoles:
--Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él, y viniendo el que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el último lugar. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido--.
La humildad consigue el honor y respeto de todo el mundo; la presunción por el contrario sólo se gana el desprecio y la confusión. Todos ocupamos un espacio y un lugar comprado por Jesús con su propia sangre. Pero el mismo puede transformarse en nuestra humillación si nos enaltecemos o en nuestra exaltación como consecuencia de nuestra humildad.
¿Es realmente tan importante la ubicación? Estoy hablando tanto del espacio como del lugar en la congregación. En algunas iglesias reservan asientos para invitados, sean familias nuevas o miembros del presbiterio, lo cual no me parece mal. Pero también en lo etéreo, hay quienes buscan lugares de privilegio.
Quiero trazar un eje transversal en el concepto de congregación que considero muy importante. Eje que atraviesa nuestra relación personal y comunal con el Señor y su Cuerpo, (que es la iglesia). Estos son: la casa de Dios y el hogar de Dios en la tierra, manifestados en la congregación eclesiástica. Con este fin, es necesario observar al “espacio”, el “lugar” y el “gobierno” como fundamento necesario a ser aceptado y trabajado para hacer amables la morada de Dios.
En primer lugar, observemos a la “casa” como eje transversal en el concepto de congregación.
En nuestra vida cotidiana, la  casa  nos  enseña  a  desenvolvernos  en  el mundo  económico  y  cultural, y se identifica  como  foco  de  las  actividades  de  quienes  la comparten,  seis recursos necesarios: la tierra, el trabajo, el capital, el tiempo, la información y la identidad.
En la casa de Dios compartimos todo esto: la tierra como espacio físico donde está la sede de nuestra congregación o los domicilios donde se desarrollan reuniones celulares o del tipo de visión que tengamos. El trabajo, los recursos necesarios, el tiempo, la información y la identidad son puntos de apoyo que deben perfeccionarse efectivamente a fin de cumplir con nuestra misión como iglesia.
Tu búsqueda debe ser interesarte por el crecimiento del Capital tanto económico como humano, invirtiendo mediante el dar generoso del tiempo y las ofrendas a Dios, conforme a su Palabra.
En la enseñanza de Jesús ante vista, era importante el espacio que se ocupaba en la mesa porque estaba atravesado por el lugar, de privilegio o no, que representaba. En nuestras congregaciones, más allá de los espacios reservados para las visitas lo cual considero un acto de amabilidad, no tenemos problemas con los espacios, pero si podemos tenerlo con los lugares.
En segundo lugar, pensemos en el hogar congregacional.
El hogar es racional. Es un lugar, no un espacio. Es un lugar mental. Este producto mental encierra lo que la casa te afectó a ti. Es lo que va contigo donde quiera que estés. Es un lugar idealizado cómodamente, donde te sentís con seguridad. Es la esfera a la que perteneces. Pero, ese lugar de pertenencia no se limita a un espacio físico.
Los lugares son espacios humanos, el foco de la experiencia y la intención, de los recuerdos y los deseos. No son abstracciones. Son, quizá más que ninguna otra cosa, fuentes importantes de la identidad individual y comunal.[27] Integrado a la vida cotidiana promedio, el hogar es la conciencia de un punto fijo en el espacio, una posición firme desde la cual “obramos” (…) y a la cual regresamos oportunamente. Esa posición firme es la que llamamos hogar (…). “Regreso al hogar” debería significar: la vuelta a esa posición firme que conocemos, a la que estamos habituados, en la que nos sentimos a salvos, y donde nuestros vínculos emocionales son más intensos.[28]
Al hablar del hogar cristiano o del hogar de Dios, (la congregación), nos referimos a una construcción mental que da seguridad: en Cristo, en sus promesas terrenales y eternas y en los cristianos. Esta seguridad se transmite en la forma de obrar comunal. El recuerdo del hogar eclesiástico va a surgir de lo que “el estar y pertenecer” a la iglesia deje en nuestras emociones y recuerdos.
Cuando nos pregunten sobre nuestro hogar cristiano, vamos a decir de nuestras oraciones en familia. El recuerdo de la preparación familiar para el culto. El asiento en la Iglesia. La imagen de papá y mamá orando y ayunando antes de encarar una situación difícil. En relación a la congregación, nos referiremos a la interrelación con los demás cristianos, el pedido de perdón cuando nos equivocamos, el discurso veraz de un cristianismo real y de relación personal con Dios.
El hogar es la construcción mental que percibe nuestros olores espirituales: Dios llevándonos de victoria en victoria y manifestando en todo lugar por medio de nosotros el olor de su conocimiento. Porque para Dios, y para mí, la iglesia exhala grato olor de Cristo en los que se salvan, olor de vida para vida.
La cristiandad expele olor a Jesús cuando anda en amor, pero no en cualquier clase de amor, en amor sacrificial, de entrega por los demás como Cristo se entregó por nosotros. La fragancia de este amor es el perfume de la renuncia a mi yo y de sacrificio por mi prójimo.
El hogar congregacional va en el corazón, los recuerdos y las emociones, y nunca lo dejamos, eso sería lo ideal, depende de cuánto nos haya afectado y en qué sentido, sea positiva o negativamente. Es algo digno de anhelar e imitar o, simplemente, de buscar en otra congregación.
No sé cuánto tiempo hace que conoces íntimamente al Señor Jesús. Sólo quiero que nunca te olvides de tu pasado. No te olvides de los pastos del desierto, de la soledad, del olvido, de los peligros y tantos enfrentamientos. Solo, sin saber a quién recurrir o dónde encontrar ayuda en medio de la desesperación. No te olvides, hoy que te sientas en trono de príncipe de la silla improvisada sobre las piedras en el desierto.
Solamente quien gustó de misericordia puede pensar en dar misericordia. ¿Recuerdas la historia de David y Mefi-boset?: David sentado en su trono. Su corazón conforme al de Dios preguntando: --¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl, a quien haga yo misericordia por amor de Jonatán?--.[29]
Mira a tu alrededor. ¿Ha quedado alguien a quien puedas hacer misericordia por amor a Cristo? En mi primera carta te pedí que seas el profeta que pregone a fuerte voz buscando a los escogidos. Aquellos que perdieron las expectativas del vivir. Quienes creen que nadie piensa en ellos.
En esta oportunidad te pido: No descuides hacer misericordia en la familia de Dios. No cualquier misericordia, la piedad de Cristo en pasión sacrificial que perfuma el cielo de los cielos y exhala en la tierra el olor de su conocimiento, tanto de su persona como de su amor, por medio nuestro siendo imitadores.
Quizás para vos no sea tan importante el lugar que ocupes, pero para tantos es sumamente significativo. Algunos matan por una posición; otros te partirán el alma sin misericordia. Los más fabularan vestidos de ovejas.
¡Qué vano es querer ocupar un lugar de privilegio al ser invitados por el Señor! Somos sus huéspedes. Para Dios no hay ciudadanos de primera, segunda o tercera categoría. Nos sentamos en la mesa como hijos en su casa, pero con diferentes niveles de servicio. La bienaventuranza es que hayas sido escogido y atraído a Jesús, para que habites en sus atrios; para ser saciado del bien de su casa, de su santo templo.[30]
No importa tanto la ubicación sino nuestro deber de hacer amables la morada donde buscamos a Dios. Para que tu alma y la mía, anhelen y aun ardientemente deseen los atrios de la casa del Señor. Para que muchos ambicionen y valoren un espacio en la congregación de los santos, porque allí hay paz y bendición, y digan: --¡Mira qué bueno y delicioso es habitar con los hermanos juntos y en armonía! Una única y verdadera unción--.[31]
Bastante dolor, discriminación y luchas de poderes hay en el mundo. ¡Cuán amables son tus moradas, oh Bendito Dios! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío.
Bienaventurados los que habitan en tu casa; perpetuamente te alabarán.  Mejor es un día en tus atrios que mil, fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de tu casa ¡Oh Dios! que habitar en las moradas de maldad.[32] Porque tú casa es mi lugar favorito. Prefiero ser portero en tu casa que príncipe en lugares donde reina la perversidad; antes permanecer en el umbral del templo, como un mendigo[33], que en un palacio como un potentado.[34]
Tu responsabilidad es hacer amable la morada donde nos congregamos para buscar la presencia de Dios. Sólo de esa manera, aquellos a los cuales hagas misericordia de Dios por amor a Jesús, permanecerán entre nosotros y anhelaran los atrios de la casa del Señor.
La Iglesia Nuevo Testamentaria comprendió el secreto de la unción. Sabía todos los beneficios que obtenían con ella. No sólo eran los milagros y maravillas y predicaciones llenas de poder, los cuales abundaban. La unción es un aceite que aliviana los roces de caracteres y nos permite testificar el amor de Dios derramado en nosotros y, a través nuestro, manifestado al mundo.
De la misma manera que un vehículo necesita del aceite para que el rociamiento de sus partes en el motor no lo funda, igualmente, la iglesia necesita la unción del Espíritu Santo para que el amor, la compasión y el favor de Dios se manifiesten.
La iglesia bíblica es aquella relatada por Lucas, donde, todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo.  Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.”[35]
Aunque miles de años han pasado, todavía puedo llenar mis sentidos espirituales con el perfume de Cristo que exhala de aquellas primeras congregaciones inmortalizadas en el papel de las Sagradas Escrituras. Lo digo con melancolía pero con esperanza, porque aún hoy siento el amor de los hermanos e intento amar a la iglesia como Jesús me amó a mí. Me perfumo de ti, Cristo: Fragancia del verdadero amor.
Vuelvo a repetir, nuestra responsabilidad es hacer amable la morada donde nos congregamos para buscar la presencia de Dios. Nuestro mayor compromiso es que quienes vienen a nuestra comunidad deseen y aún anhelen volver y permanecer en nuestras congregaciones. Desean sentirse amados, valorados, tenidos en cuenta, no sólo por el Señor, sino por todos nosotros.
Son vasijas de barro a ser colmada. Nada evitará que sean llenados. Dios quiere poner su tesoro en esos vasos. Nos da la figura de uno de barro para hacernos entender que más allá de la fragilidad humana, fuimos hechos para contener el poder de lo alto y el amor de Dios, que fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.[36]
Cada persona que viene a tu congregación es una vasija de barro a ser llenada y lo será, ineludiblemente. Lo fue desde que nació. Cada caricia, cada contacto visual o físico, cada palabra o silencio, todo fue llenando su vaso tanto intelectual, emocional y espiritualmente. Son llenados por el conocimiento perceptual, (ojo y oído), a través de la observación y la experiencia sensorial. Por el conocimiento conceptual: el corazón, la mente, por la razón y la curiosidad intelectual; y también por el espiritual de lo que aman a través de la afinidad moral y vida espiritual[37].
Nosotros le damos un hogar: el hogar de Dios. El hogar es racional. Es un lugar, no un espacio. Es un producto mental que encierra lo que la casa de Dios afectará sus vidas. Es lo que va con ellos donde quiera que estén. Es la esfera a la que pertenecen. Es el foco de la experiencia y la intención, de los recuerdos y los deseos. Son, quizá más que ninguna otra cosa, fuentes importantes de la identidad individual y comunal que adquirirán. 
Es nuestra mayor responsabilidad hacer amable la morada donde adoramos a Dios de manera que todos quieran habitar entre nosotros. El recuerdo de la comunión de los unos con los otros, el amor y compañerismo, hará que deseen volver, por lo contrario, las rivalidades y la puja por ocupar lugares los alejará y distorsionará la imagen del hogar del Señor.



¿Quién define los lugares?

A
l trazar un eje transversal en el concepto de congregación lo hice sobre la casa de Dios y el hogar de Dios en la tierra, manifestados en la congregación eclesiástica. Con este fin, observamos al “espacio” y el “lugar”. Ahora enfocaremos sobre el “gobierno” como fundamento necesario a ser aceptado y trabajado, para hacer amables la morada de Dios.
El dueño de la casa determina quien ocupa tal y cual lugar en su misericordia y soberanía como Señor.
En el Griego del Nuevo Testamento, la palabra “casa” es: Oikodespoteo. Es una conjunción de dos términos: oiko = casa; despoteo = señor; unidos se refieren “al que gobierna una casa”. Entonces, hablar de “casa” es hablar de algo mucho más profundo que hablar del espacio o el lugar que se habita. Hablar de casa es referirse a una zona de gobierno.
Esto lo sabemos por una cuestión cultural y de historia de vida. Cuando estamos en la casa de nuestros padres, bajo su tutela, debemos acatar el ordenamiento familiar. Dijimos que la gracia es la puerta de entrada a la casa de Dios. Aceptar la invitación para ingresar y ocupar tu lugar en su mesa es permitirle a Jesús ser el Oikodespoteo de tu vida. Señor en su casa.
Jesús es Oikodespoteo en cualquier lugar donde esté, porque es el Señor de todas las cosas. Si está en tu hogar es Señor de tu hogar; si lo tienes en tu corazón, ineludiblemente lo será. Lo es sin poder dejar de serlo porque no puede ocupar un segundo lugar. Es y será Señor de señores desde y para siempre.
Es Señor porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.  Señor del tiempo y de la historia, de las estrellas y los cielos de los cielos. Señor del mar y los vientos. De lo que fue, lo que es y será.
La llave de toda la propiedad de Dios está en su mano: --Toda potestad tengo yo, en el cielo y en la tierra--[38], dijo Jesús luego de resucitar. Habiendo participado de carne y sangre, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre.[39]
Al declararle Señor de tu vida estás aceptando que todo es suyo y fuiste creado por él y para él. Sin embargo, hay un misterio tremendo en la posesión de su señorío. No fue tan complicado señorearse sobre el agua y los vientos en el mar de Galilea, pero sí lo fue señorearse de Pedro, Juan, y todos los discípulos que le acompañaban. El Universo mantiene un increíble orden y todo subsiste por obediencia a su palabra, aún así, nada es más dificultoso que ser Señor de ti y de mí.
¿Por qué es tan sublime tu respeto por mi libre albedrío? A veces deseo tanto y te suplico que no respetes mi voluntad. No me dejes elegir. Hazte Señor de mí. Quiero ser realmente un siervo; sirviente tuyo, fiel en tu casa. Que en tu mano estén todos mis tiempos.[40]
Detente y observa tu vida. Dime de tus tiempos, tus pensamientos y tus deseos. ¿Qué anhelas para el año entrante, dentro de diez años o veinte? ¿Lo piensas? ¿Cómo vives tu vida? ¿La vivís o la matas? El señorío de Cristo te obliga a darle calidad a tu existencia. Si realmente él es Señor de tu vida, no puedes ignorar tu responsabilidad con el transcurso temporal de tu paso por su propósito, que es tu existencia. Debes asumir la responsabilidad de vivir. Para dar calidad a nuestra manera de vivir, tenemos que dar calidad a nuestra capacidad de mirar, de pensar y valorar.
En cuanto al mirar, la mayoría de las personas miramos sin ver. Debemos “educar la mirada” alineando nuestros pensamientos y valoración con los del Señor. Comenzar a mirar pero con los ojos de Cristo. Caminar por la calle mirando lo que Jesús miraría. Lo que buscó con la mirada en los senderos de Jerusalén, o Capernaum o cada aldea a la que fue. Lo que miraba en el Templo o en las grandes fiestas judías; en el mercado de los pueblos o en la casa donde entraba. Ojos que pueden ver las lágrimas aún con las mejillas secas y las heridas más allá de lo externo.
El mundo actual nos embebe en la rutina de la prisa, del afán, de la inmediatez. En razón de la eficiencia, de la rapidez, del rendimiento, debemos actuar inmediatamente y no hay tiempo para pensar en uno mismo, en nuestra vida, en nuestra dignidad, en las acciones ni en las consecuencias y prevención de algunas de estas. Entonces dejamos de ver muchas cosas, situaciones, fenómenos de nuestro diario vivir; nos acostumbramos a repetir los errores. En el afán de hacer, del día a día nos asaltan nuevos problemas, se profundizan los que tenemos, y hasta vivimos la ilusión de haber resuelto alguno.
¿Quién es el Oikodespoteo de tu vida? ¿El Sistema de este mundo o Cristo? La decisión es tuya. Sólo permíteme decirte una gran verdad: Jesús es Señor en dónde quiera que esté, y no puede dejar de serlo. El Espíritu Santo de Dios lo será en tu vida si se lo permites, pero no le pidas que se ponga en segundo lugar porque no lo aceptará. Solamente puede ser Señor y aunque lo desee por amor a ti, no puede dejar de serlo. Una sola vez Jesús tomó forma de siervo y se humilló hasta la muerte, pero hoy reina resucitado a la diestra de Dios Padre.
Muchas personas ocupan posiciones y cambian de acuerdo al rol que les toca desempeñar. Pasan de un extremo a otro. A veces son defensores de los derechos de los oprimidos y hablan con una pasión que causan admiración, luego ejercen un lugar de poder y son más opresores que aquellos a quienes condenaban. Son personas que sólo ocupan roles pero no tienen principios propios. No son reales. Estas clases de personas aman las posiciones porque les otorgan roles de poder, donde pueden dejar salir el caudal de amor propio implícito en su ego. Su estrategia discursiva cambia conforme sus aspiraciones personales.
No nos debe sorprender que también pase en medio nuestro. Como vimos anteriormente, cuando Jesús miraba la forma en que elegían el lugar que cada uno decidía ocupar, veía las actitudes de sus corazones. No los condenó, simplemente les enseñó y les explicó las consecuencias de estas acciones. Ambicionar un crecimiento es bueno. Es parte de nuestro carácter emprendedor el cual de seguro Dios utilizará. Pero el enaltecimiento y la búsqueda personal de crecimiento sin función de Cuerpo, es decir, sin tener como meta la bendición de la congregación, lo convierte en egoísta y, por lo tanto, recibirá la corrección del Señor.

Uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda

E
n un momento crucial en la culminación del ministerio de Jesús en la tierra, el Señor tomó a sus doce discípulos, y les dijo: --He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte; y le entregarán a los gentiles para que le escarnezcan, le azoten, y le crucifiquen; mas al tercer día resucitará--.[41] Este fue el tercer anuncio explícito de su muerte cercana y su resurrección.
¡Qué momento! Aquel tiempo donde uno busca desesperado a sus amigos, conocidos o familiares, y les suplica un poquito de comprensión. Es un pedido de dulce, sufrida y callada compañía. Aunque el anuncio final es de una victoria total, sin embargo, queda el duro tránsito por el Monte Calvario antes de llegar al Monte de la Gloria.
Son esos períodos donde sabes que, al final, todo sufrimiento por el cual puedas pasar, va a terminar en una bendición del Señor; pero todavía es el tiempo de la consternación, del sembrar con lágrimas, del esperar. Es el tiempo de la prueba, donde el fuego se calienta siete veces más de lo acostumbrado. Donde el dolor derrite los huesos y el aliento se entrecorta por un llanto ahogado que quema los ojos.
Nadie dice una palabra de respaldo o de compañerismo a Jesús. Se apodera del momento un silencio atronador. De repente, se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con ellos, postrándose ante él y pidiéndole algo.
¿Era momento de pedir? Las ambiciones, el egoísmo, el yo dominante no permite pensar en los demás y menos, leer los momentos. Pero para el Señor siempre que hay un pedido es tiempo de escuchar. Nunca le importunan las peticiones.
Jesús le dijo: --¿Qué quieres?--. Ella respondió: --Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda--.[42]
¿Te animarías a algo así? ¿Qué fue lo que pasó por la mente de esta madre para pedir semejante cosa? ¿Qué conclusiones sacó de todo lo que Jesús dijo? ¿Creyó realmente en la resurrección y la pensó como la instauración del Reino de Dios?
No era algo que se le ocurrió a ella sola, ni fue la única que lo pensó. Allí estaban sus hijos, Juan y Jacobo, afirmando el pedido. Los otros discípulos se enojaron por esto, ya sea porque de alguna manera lo pensaron o, en ese instante, se dieron cuenta de la importancia de la posición al sentarse a la derecha o izquierda de Jesús.
No es tan mala la argumentación de la petición, es mala la actitud del corazón. Querer estar lo más inmediato a Jesús es una excelente búsqueda, recordemos que Juan solía recostarse cerca de su pecho. Esto quiere decir que necesitaba estar a su lado en la mesa para poder recostarse sobre él, de otra manera no lo podría hacer, no a la distancia. ¿Qué cambio en esta situación? La intención interior.
Jesús no recriminó la petición como algo totalmente condenable. Recalcó el hecho de que no sabían lo que estaban pidiendo. ¿Cómo puede suceder esto? Quizás por falta de conocimiento de cómo funcionan las cosas en el Reino de Dios. ¡Cuánto necesitamos que Dios nos enseñe cómo funciona su reino! Tenemos la responsabilidad de ocupar un lugar en el Cuerpo de Cristo. Necesitamos estar en su voluntad y humildemente reconocer su señorío sobre todas las cosas, rindiendo nuestra vida a su autoridad. Debemos aprender a pedir.
Pero no todo es negativo en la petición referida. Observemos lo positivo del argumento de la madre de Juan y Jacobo en su petitoria: Primero, cree en el Reino de Dios; segundo, reconoce la autoridad de Jesús en éste; tercero, afirma que el Cristo tiene un Reino.
Jesús les pregunta: --¿Podéis beber del vaso que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ustedes me hablan de dignidades y coronas; y yo al contrario les hablo de combates y de sufrimientos. No es aquí el lugar, ni el tiempo de recompensas, sino de peligros, de luchas y de muerte--.
Sin lugar a dudas, los discípulos no sabían leer los tiempos. No pudieron discernir el momento por el cual pasaba Cristo al hablarle de lo que le esperaba en Jerusalén, en vez de amistad ofrecieron peticiones llenas de egoísmo. No leían cuando es el tiempo de la siembra y querían cosechar antes que el trigo caiga en la tierra, y muera.
Levanta lo ojos y mira los campos. ¿Qué tiempo estás viviendo? ¿Lo puedes leer? ¿Es tiempo de cambiar de trabajo? ¿De humillarte o de ser exaltado? ¿Tiempo de nacer o tiempo de morir; tiempo de plantar o tiempo de arrancar lo plantado? (…) ¿Qué provecho tienes de aquello en que te afanas?[43] Debemos leer los tiempos, de otra manera no podremos disfrutarlo a pleno y, seguramente, nos equivocaremos muchas veces; sufriendo y causando sufrimientos.
Lo que puedo asegurarte es que del momento en que Dios nos injerto en la vid verdadera que es el Cuerpo de Cristo, en la connotación de Iglesia del Señor, es tiempo de hacer amables su morada y el egoísmo se opone a la paz y la bendición que emana de su Espíritu.
Juan y Jacobo, sin detenerse, respondieron: --Podemos--. Tampoco entendieron de qué cáliz hablaba el Señor, o si lo dedujeron, pensaron que esto les serviría de mérito para conseguir los asientos que pretendían. Quizás, los dos hermanos eran perfectamente sinceros al profesar su buena disposición para seguir a su Maestro, en cualquier clase de sufrimiento que él tuviera que padecer.
Y así tendrían que hacerlo. En cuanto a Jacobo, él fue el primero de los apóstoles que mostró que era capaz de ser bautizado en el bautismo de sangre de su Señor.[44] Referente a Juan, después de pasar por todas las persecuciones a que la iglesia fue sometida por los judíos y posteriormente de tomar parte en las luchas y sufrimientos ocasionados por los primeros triunfos del evangelio entre los gentiles, vivió para ser víctima de una persecución amarga en la tarde de su vida, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesucristo.
Observa la suavidad de la respuesta de Jesús: --A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados--.[45] La presciencia de las pruebas por las que ellos tendrían que atravesar, y el testimonio valiente que darían de él, fue la causa de aquella suavidad, que no podemos menos que admirar en su reprensión. Sin duda alguna, cuando les sobrevinieron sus sufrimientos, esta predicción los alentó con la seguridad, no de que se sentarían a su mano derecha y mano izquierda, porque de aquel pensamiento para entonces se sentirían avergonzados, sino de que si padecían juntamente con él, juntamente con él serían glorificados.[46]
El mensaje profético de Jesús es uno sólo: --Ustedes respondieron que podían, y yo les digo: a la verdad vosotros podéis y según han creído así lo harán. No por sus propias fuerzas, sino porque yo lo beberé primero y pasaré por el bautismo de fuego antes, para ser el poderoso consolador y fortalecedor en medio de las llamas. Estaré allí, para que mi victoria sea vuestro triunfo--.
Tal vez estás comprendiendo un poquito más sobre el funcionamiento del Reino. Quizás te equivocaste o te confundiste a veces sobre los lugares a ocupar. No interesa eso ahora, lo que importa es que comprendas que hay un lugar de gobierno preparado para vos. Reinas y reinarás con Cristo para siempre,[47] pero ¿Es hoy tiempo de coronas? ¿Ha llegado el momento de los laureles? ¿Este es el tiempo de buscar los privilegios? Consuélate con las palabras de Jesús: --A la verdad, tú puedes beber de mi vaso y ser bautizado en mi bautismo. ¡Cómo me gozo! ¡Porqué puedo ver en tus ojos, que tu puedes, y lo harás!--.
En cada lucha, en cada sufrimiento, en cada situación que nuble tu mirada y quiera sumergirte en la desesperación, repite conmigo: --¡Yo puedo! Puedo beber de tu copa y no negarte. Puedo sumergirme en el dolor y aún, en la cárcel profunda, ver tu rostro y oír tu voz. Puedo ser bautizado en el bautismo de sangre de mi Señor. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en mí ha de manifestarse. Todo lo puedo en Cristo Jesús, porque Poderoso, él salvará--.
Quiero mirar lo imposible de ver. Contemplar lo que no es real en lo material pero lo visualizo y lo creo más allá de la realidad. Aún puedo decir con todas mis fuerzas ¡Yo puedo beber de su copa y ser bautizado con su bautismo! ¡Porque yo sé a Quién he creído!
¿Lo sabes tú? Sé que lo sabes. El Apóstol Pablo lo tenía más que claro, decía así: --Por lo cual asimismo padezco esto;  pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día--.[48]
Es el privilegio de padecer por ti, Cristo. Porque si no conociera tu voluntad no lo sufriría, pero lo padezco porque quiero que se haga tu deseo en mi vida y con mi familia, no sólo por ti, sino porque tu voluntad es lo mejor para mí y mis hijos, y los hijos de mis hijos, hasta mil generaciones. Si debo llorar, lloro; si mi alma debo derramar delante de ti, lo hago en sacrificio delante de tu presencia. ¡Y no me avergüenzo!
¡Tampoco tú te avergüences! Porque la confianza en cuanto al porvenir disipa la vergüenza.  No digas:-- Yo sé cómo he creído--, sino: --Yo sé a Quién he creído--. Una fe débil puede abrazar a un Salvador poderoso.
Una mujer llora en silencio. Sola. Las lágrimas son brasas en sus ojos; aprieta los resultados de sus estudios médicos que son una puñalada en su interior. Estruja contra su pecho la foto de sus hijos, y dice: --Yo sé a Quien he creído--.
Un padre hace una cola interminable por un pedido de empleo, las ganas de irse taladran su mente. Resiste. --Yo sé a Quien he creído-- repite suavemente en una dulce confesión que estremece al cielo.
Una madre sufre en su corazón delante de su hijo, y no se avergüenza, porque sabe, profundamente que poderoso es Aquél a quien ha creído. Levanta su mirada en un tribunal y escucha las acusaciones; mira a su amado en el banquillo de acusado; su mirada dice: --No temas, estoy aquí, y no me avergüenzo, porque sé a Quién he creído. Poderoso, ¡Él hará!--.
Jesús mira a sus amigos y les cuenta de los sufrimientos, los azotes y el escarnecimiento que le espera. Aguardaba compañerismo y no lo encontró. Pero en su interior las palabras del profeta retornan con la misma fortaleza que él te quiere dar: --No dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu Santo vea corrupción--.[49]  Confía, Jesús no te dejará en el lodo cenagoso ni permitirá que veas lo que te atormenta.
¡No dejarás, ni permitirás, porque sé a Quién he creído! ¡Poderoso! A pesar de los muchos enemigos que tengo alrededor, de los sufrimientos y lo difícil que es todo lo que sufro. ¡Poderoso! para guardar mi depósito, todo mi cuerpo, lo más profundo de mi alma y mi espíritu; todo lo he depositado en la caja de seguridad de Dios. Estoy asegurado, afianzado, consolidado.
Todo lo podes en Cristo. --Pero, (acepta los peros del Señor), el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. Yo no puedo otorgarlo como un favor a quien me guste, o por un principio de favoritismo; esto pertenece exclusivamente a aquellos para quienes está preparado--.[50]
Jesús no desconoce el derecho de destinar a cada uno su lugar propio en el reino; al contrario, él expresamente lo reconoce, y solamente anuncia que el principio de distribución es bien distinto de lo que suponían ellos. Nuestro Señor, no niega la petición de Jacobo y Juan, ni dice que ellos no ocuparán el lugar en su reino que indebidamente buscan ahora; o a pesar de todo lo que podamos saber, aquel puesto puede ser el lugar propio de ellos.
En todo tiempo Dios conoce nuestro entrar y salir, no hay nada que se pueda esconder a su omnipresencia. Pero, en ese entonces, seremos manifestados al universo inteligente reunido y a nosotros mismos; aunque la salvación es por medio de la gracia solamente, independiente de las obras, los salvados pueden tener recompensa mayor o menor, según hayan vivido y trabajado más o menos por Cristo. Al fin, todos nosotros compareceremos ante el tribunal de Jesús, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.[51]
Dios no es injusto para olvidar tu obra y el trabajo de amor que has mostrado hacia su nombre, habiendo servido a los santos y sirviéndoles aún.[52]

¿Cuál lugar?

C
ierra tus ojos. Imagina el siguiente cuadro: Jesús está en el centro. Alguien decidió poner a dos hombres a su lado, el uno a su derecha, y el otro a su izquierda. La diferencia es que ninguno de ellos pidió ni quería ese lugar. Los dos discípulos que hablaban por la boca de su madre querían ocupar estos mismos lugares, pero, seguramente, no allí.
Juan observó esta imagen. ¿Sabes lo que vio? Dos ladrones crucificados. La sangre corría por sus cuerpos. Vacíos de esperanza yacen subyugados bajo el castigo romano. Sólo es cuestión de minutos y terminaran su vida terrenal. Quizás piensan en su familia o en lo que podrían haber hecho y ya no harían. No hay lugar para planes propios. Ni proyectos. Sólo la realidad: la cruz, el espectáculo, la muerte y uno crucificado en el medio a quien acusan de creerse Hijo de Dios. Otros discutiendo ofendidos porque pusieron un cartel en la parte alta de la cruz que decía el porqué de su crucifixión: Rey de los judíos. Se oyen lamentos, injurias y maldiciones.
Cristo acababa de ser coronado pero su corona era de espinas clavadas en su sien. ¿Este era su reino? Toca tu frente y piensa: ¿Quieres esa corona? ¿Qué lugar pretendes ocupar en la mesa? ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Cuáles son los pensamientos que te llevan a actuar, servir y ambicionar en la congregación?
Juan vio los rostros de los crucificados, quizás imaginó el suyo y el de su hermano ocupando ese lugar. A lo mejor lo deseó; quizás no. ¡Morir contigo! Jesús tiene un lugar asignado para ti en su Cuerpo que es su reino. Quiere que lo ocupes. Pero no para morir sino para vivir para él, o mejor dicho, para que Cristo viva en ti y tú en él.
Mateo y Marcos dicen que estos malhechores le escarnecían. Y así pudo suceder al principio, como todos los otros, pero siempre hay alguien que hace diferencia: Uno de los que estaban colgados le injuriaba, diciendo: --Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros--. Respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: --¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; más éste ningún mal hizo--.Y dijo a Jesús: --Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino--.[53]
Observa las similitudes en la petición de este ladrón con la realizada por la madre de los discípulos en cuestión: Primero, que el reino a que se refiere era uno más allá del sepulcro; porque no es concebible que él hubiera esperado que bajara de la cruz para establecer algún reino temporal. Segundo, a este reino lo llama: el reino de Cristo (tu reino). Tercero, como tal, ve en Jesucristo el derecho absoluto de disponer de aquel reino como quisiera. Por último, él no espera pedir o merecer un lugar en aquel reino, aunque esto es lo que quiere decir, pero con una humildad muy conmovedora, sólo dice: --Acuérdate de mí, cuando…-- Hay una fe poderosa en aquellas palabras. Si Cristo sólo “piensa en él”, en aquel momento venerable, cuando “venga en su reino”, ¡Bastará!
Parafraseando al ladrón arrepentido diríamos: --Señor, no puedo dudar; estoy firmemente persuadido de que tú eres Señor de un reino, que la muerte no puede anular tu título ni impedir que tú lo asumas a su debido tiempo. Cuando ese tiempo llegue, te lo suplico, acuérdate de mí. Sólo asegúrame de que entonces no te olvidarás de semejante miserable como soy yo, que una vez estuve colgado a tu lado, y estaré contento--.
¿Se olvidará el Señor? ¿Tardará en responder? No lo hará.
Entonces Jesús le dijo: --De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.[54] Puesto que tú me hablas como al rey, yo con autoridad real, te hablo a ti.  Tú estás preparado para una larga demora antes que yo venga en mi reino, pero no habrá demora de un día para ti; no estarás separado de mí ni aun por un momento, sino que juntos iremos, y te aseguro, antes que expire este día, tú estarás en el Paraíso--.
No hay diferencia entre lo que creía la seguidora de Jesús y el ladrón de la cruz en cuanto al pedido y confesión, la diferencia está en la búsqueda y la humildad delante de Dios. No es suficiente saber que hay un Reino en los cielos, que les pertenece a Cristo y que él puede disponer conforme a su autoridad; hay que conocer cómo funciona este Reino y cuál es su fundamento, para pedir bien.
No hay demora para ti, si puedes creer con humildad de corazón, ni un día, ni un minuto, ni un segundo. No necesitas esperar a mañana. Hoy es el día que Dios ha hecho. Recibe la autoridad real que desciende sobre ti: Jehová te bendiga hoy, y te guarde; Jehová haga resplandecer su rostro sobre ti, en este momento, y tenga de ti misericordia; Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz, hoy y siempre.[55]
Jesús me ordenó que te predique buenas nuevas, que cure tu quebrantado corazón, que proclame libertad a lo que está cautivo en ti, y apertura de la cárcel a tus sueños presos. Ordena que si estás afligido se te dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y que seas llamado árbol de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.
Di conmigo: --¡Acuérdate de mí, cuando…!
Acuérdate de mis suplicas, de mis noches de insomnio y de mis lágrimas. Haz memoria de mis caídas; y de mi levantar; y de mi seguir, pese a todo. Recuerda las burlas, las traiciones y los escándalos, pero siempre mire tus ojos. El viento y la tempestad sacudían mi barca, pero siempre te vi caminar sobre las aguas ¡Poderoso! ¡Viniendo a mí por sobre las circunstancias! A nadie quité su lugar. Nunca estorbé el crecimiento de otros. No tengo en mi cabeza gloria ajena ni laureles que no me pertenezcan. Tu iglesia me desvela y me consume el celo por ella.
Acepté la cruz. No me importó el lugar que me diste; sólo el estar cerca de ti fue mi premio. A tu derecha o tu izquierda, no importa ¡Viviré por ti y en ti moriré! Se me ofreció una cruz y la acepté. ¡Y sigo con ella sobre mis espaldas! A veces caigo pero tu presencia me levanta. En ocasiones pienso ¡Nunca más! Pero tu amor me consume.
Inclino mi cabeza; te veo Jesús, estás en el centro. ¡Por gracia, acuérdate de mí, un día crucificado y muerto a mi vieja vida pecaminosa! Sujetado al madero por los clavos de la fe. Atado a ti por los lazos eternos de tu amor. ¡Acuérdate de mí, compañero tuyo en el Gólgota!--.
--De cierto te digo que hoy es el día de mi reino. Hoy estás conmigo y yo en ti. Todo es demora en tu tiempo pero no es así en mi gobierno. No habrá aplazamiento, ni tardanza de un día para ti; no estarás separado de mí ni aun por un momento, sino que juntos iremos, y caminaremos, antes que expire este día, ya te habré contestado--.

Entre vosotros no será así

L
uego que la madre de Juan y Jacobo pide a Jesús que les designe a sus hijos el lugar derecho e izquierdo en su reino, los otros diez se enojaron por esto porque consideraban que lo que estaba en juego era la decisión del Señor de dar un lugar privilegiado. Por lo tanto, todos muestran el mismo desconocimiento y el mismo ánimo de querer persuadir a Cristo en sus decisiones. El “animal político” sale a la luz en las actitudes.
Entonces Jesús, llamándolos, dijo: --Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Más entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos--.[56]
Viene a mi mente un episodio que quedó grabado en mis recuerdos por siempre, eran los primeros dos o tres meses de mi conversión a Cristo. La congregación decidió ordenar nuevos diáconos y, entre otros, es apartado un hermano llamado Samuel, quien me guió en mis primeros meses de convertido.
Para mí era un acontecimiento muy especial, además, Samuel es muy querido por mí. Me arrimé a él y le dije: --¡Cuánto me alegro, un escalón más arriba!-- ¡Terrible error! El hermano me miró y me dijo: --Hugo, en el Evangelio no escalamos, sino descendemos. Hoy baje un escalón. Ahora soy más siervo que antes. Cuando tú te estés preparándote para el culto, yo ya estaré aquí, ordenando todo antes de que llegues--.
Es necesaria una renovación mental. Los conceptos deben ser resinificados en nuestro interior. Estamos tan contaminados por el mundo conceptual y sus lógicas seculares que nos cuesta mucho comprender como funciona su reino. Percibir que, desde que nacimos, fuimos programados para responder a intereses sociales y económicos, que casi siempre favorecen a otros, y nosotros comemos de las migajas de sus mesas.
Debemos tener un cuidado especial cuando interpretemos la palabra “eterno”. Tomarla como significado simplemente de “para siempre”, no es suficiente. Anteriormente, observamos que para Platón aionios, (eterno), es la palabra que se aplica a la eternidad como opuesta a, y contrastada con, el tiempo; que se aplica a la divinidad como opuesta a, y contrastada con, la humanidad, y que, por consecuencia, solamente puede aplicarse propiamente a Dios.
La mentalidad mortal es contrastada con la mente eterna de Cristo. Los intereses, los logros, propósitos y fines seculares contrastan con lo que Jesús quiere darte y la forma de conseguirlos.
La Biblia nos relata una historia sobre un hombre que vino a Jesús y le dijo:
--Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?--. Él le dijo: --¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Más si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos--. Le dijo: --¿Cuáles?--. Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo--. El joven le dijo: --Todo esto lo he guardado desde mi juventud.  ¿Qué más me falta?-- Jesús le dijo: --Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme--. Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.
La mentalidad de este joven fue programada desde que nació con un chip natural, religioso, económico y social construido por el sistema de gobierno de su casa y la sociedad que le tocó en el tiempo mortal. Cristo trabajaba levantando juicio, no contra el joven, sino contra el sistema que programó su mente.
El Reino Eterno de Dios y su llegada fue predicado por Jesús; juntando los tiempos eternos y mortales en un “hoy: Cristo en nosotros, su reino en nuestra vida”. Todo lo que hagas en tu mortalidad debes hacerlo sabiendo que tiene consecuencias eternas. Todo lo que vivas en la carne, vívelo como si ya estuvieras en el cielo. Porque la vida eterna, para vos, comenzó cuando aceptaste a Jesús en tu corazón.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: --De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios--.
La persona del relato no sólo estaba programada, sino que se había conformado a este sistema. El Apóstol Pablo nos ruega, por las misericordias de Dios, que presentemos nuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es nuestro culto racional, o sea, bien pensado. Que no nos conformemos a este mundo, sino que debemos transformarnos por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobemos cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Sólo a través de esto lograremos no tener más alto concepto de nosotros mismo que el que debemos tener, sino que pensaremos con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno de nosotros.[57]
Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: --¿Quién, pues, podrá ser salvo?--.Los discípulos no eran diferentes en sus maneras de pensar a este joven. El mensaje de Jesús tendía a contrastar la mentalidad del sistema de este mundo con el paradigma eterno de su reino.
Y mirándolos Jesús, les dijo: --Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible--.
Para Dios es posible y en Cristo todo lo puedes. Porque tú también fuiste en otro tiempo insensato, rebelde, extraviado, esclavo de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecible, y aborreciendo a otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para contigo, te salvó, no por obras de justicia que pudiste haber hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo el cual derramó en ti abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificado por su gracia, vengas a ser heredero conforme a la esperanza de la vida eterna.[58]
Entonces respondiendo Pedro, le dijo: --He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?--.Y Jesús les dijo:--De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros--.[59]
¿Qué, pues, tendremos? Quizás, sea mejor cambiar la pregunta y preguntarte: ¿Qué quieres tener? ¿Qué quieres obtener de tu servicio en la iglesia del Señor? ¿Dónde te quieres sentar? ¿Qué lugar quieres? Sin lugar a dudas, si eres transformado mediante la renovación mental, aprenderás a servir a Jesús conforme su voluntad, agradable y perfecta.
Es tema de conversación con mi esposa el servir a Dios de manera de recibir recompensa. Sólo hay una manera, mirando cómo sobreedificamos. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa.[60]
Mira tus manos y dime: ¿Con que materiales estás sobreedificando? Depende de estos para saber cuál y cómo será tu recompensa, y el lugar que Cristo te permitirá ocupar en su mesa y en su Reino eterno. La madera, el heno y la hojarasca se consiguen fácilmente, en cualquier lugar y sin un gran esfuerzo. En cambio el oro, la plata y las piedras preciosas no son tan fáciles; hay que escavar hasta lo profundo de la tierra. Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas.[61] Tu profundidad espiritual bendecirá y llamará a otros a profundizar en la roca y edificar de manera de recibir recompensa.
Nuestra responsabilidad es hacer agradable la morada donde buscamos a Dios. La iglesia exhala el olor del conocimiento de Cristo, perfume del amor sacrificial, de servicio conforme el don de cada uno. Nada me hace tan feliz como el hacer la voluntad de Dios en concordancia al don, el querer y el hacer que puso en mi corazón. Nada me hace más dichoso que el estar frente a mi computadora y escribirte, porque esta es mi parte.
Subir a un pulpito y bendecir a la congregación predicando su Palabra es el mejor de los momentos y los lugares, simplemente porque es mi lugar en su voluntad. Si otro es usado en otra función ¡Me gozo! Porque es su don y su lugar en Cristo. Si soy boca, seré lo mejor que pueda ser como boca. Si soy pierna, me preocupare en saber cuál es la ocupación de una pierna. ¡Sólo quiero ser lo que Jesús quiera que sea, ocupando el lugar que el Oikodespoteo de mi vida decida!
Oro a Dios para que mediante el Espíritu de revelación te manifieste todos tus dones y talentos para bendecir a tu congregación, y te capacite dándote un corazón conforme al suyo para que la morada de tu congregación sea amable y deseada para habitar.
Una vez más: Observa a la iglesia. Abre tus ojos físicos y espirituales. Ocupa tu lugar. Ubícate en una posición donde puedas ver al conjunto de las personas, los sucesos y el movimiento intenso de fervor y de entusiasmo. Un suave murmullo llena el aire y un manto de sumisa alegría los labios. Los rostros se ven impactados y deseosos. Lámpara son los ojos que parecen encendidos por una luz que iluminaría el mismo silencio. El corazón se precipita y el olor del amor es tan palpable como el aroma de los lirios de los valles como el perfume de la rosa de Sarón[62]; una fragancia a suave ungüento derramado.
El perfume del amor es la fragancia del sacrificio. El aroma de la elección, de la decisión de amar y dar todo por quien se ama. Aspiro con fuerza y lleno mi ser interior con este ungüento que me dice: --¡Decidí amarte! ¡Decidí amarte!--.
Aspira profundamente y llénate del perfume que exhala. Es un grato bálsamo. Dios llevándonos de victoria en victoria y manifestando en todo lugar por medio de nosotros el olor de su conocimiento. ¿Puedes percibirlo? Hay tantas personas que entran a sus congregaciones y sus sentidos espirituales están atrofiados por falta de uso, no logran percibir el perfume del amor congregacional estimulado en el conocimiento de nuestro Señor, porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; a éstos ciertamente olor de muerte para muerte y a aquéllos olor de vida para vida[63].
Cuando la iglesia se reúne en el Nombre del Señor y ora, adora y alaba a Dios, exhala olor a un ungüento muy especial que se eleva al cielo, hasta la presencia misma de Dios[64]. Nuestra oración perfuma los cielos de los cielos. Tu ofrenda es olor balsámico, sacrificio acepto, agradable a Dios[65]. Cuando andamos en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, entonces, el olor de la iglesia es de ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.[66]
Exhalamos olor a Jesús cuando andamos en amor, pero no en cualquier clase de amor, en amor sacrificial, de entrega por los demás como Cristo se entregó por nosotros. Olor de vida para vida.
Oye la voz de Jesús: -¿Me amas más que éstos? -Sí, Señor; tú sabes que te amo.
-Apacienta mis corderos.
Por segunda vez: -¿Me amas? -Sí, Señor; tú sabes que te amo. -Pastorea mis ovejas.
Escucha por tercera vez: -¿Me amas? -Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. -Apacienta mis ovejas.[67]
Permíteme una cuarta y última vez: -¿Me amas? Entonces, haz amable mis moradas para que todos digan: ¡Cuán amables son tus moradas, oh Señor! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. 
Nada diferente hay en lo físico en mi habitación mientras te escribo, sin embargo, nada es igual. El ambiente está lleno de una fragancia exquisita. La alabanza en mi ordenador, celestialmente, eleva el ungüento de mi adoración. Cierro los ojos y pienso en ti. ¡Quiera Dios que tu corazón reciba un poco, todo, o mucho más de lo que recibo al escribirte! ¡Qué bueno que estés aquí! ¡Tremendo es qué puedas sentarte junto a mí, y comer en la mesa que Dios preparó para todos los seres humanos!
Cierra tus ojos. ¡Adórale! Por unos momentos, en silencio. Aquieta todo y di conmigo:

Jesús! Te pongo como un sello sobre mi corazón, como una marca sobre mi brazo.
Porque fuerte es como la muerte el amor que tengo por ti;
Duros como el Seol los celos; sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama.
Las muchas aguas no podrán apagar mi amor, ni lo ahogarán los ríos.
Si alguien se atreviese a ofrecerme todos los bienes de su casa por este amor, de cierto lo menospreciaría.
¡Sobrevivirá a todo y a todos!--.

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Referencias bibliográfica y bíblicas





[1] Lucas 14:1-24.
[2] Salmo 35:9.
[3] Mateo 13:22 y Lucas 8:14.
[4] San Juan 6:35.
[5] Doctor William Barclay: Profesor de Lenguas y Literatura del Nuevo Testamento en la Universidad de Glasgow, Escocia.
[6] Job 26:14. 
[7] Salmo 65:4; 
[8] Salmo 133.
[9] Cantares 2:1.
[10] Cantares 2:1; 1:3; 1:13-14; 4:10-11; 7:8.
[11] Isaías 53:11 “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos”.
[12] Salmos 126:5-6 “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.
[13] Mateo 27:39-43.
[14] Marcos 15:29-32. 
[15] Zacarías 11:12 Y les dije: “Si os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo. Y pesaron por mi salario treinta piezas de plata”. Mateo 27:9 “Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel”.
[16] Cantares 8:6-7.
[17] Lucas 7:36-38.
[18] San Agustín: Quaesolebat in suafornicationefortasseessefrontosa, frontosiorfactaest ad salutem: La que no tuvo vergüenza para pecar, tuvo menos para pedir perdón.
[19] Romanos 7:24-25
[20] 2Corintios 10:17.
[21] Juan 3:16.
[22] 2 Corintios 2:14-16.
[23] Apocalipsis 5:8.
[24] Filipenses 4:18.
[25] Efesios 5:2.
[26] Lucas 14:1-11.
[27] Relph, 1976, Pág. 141. Citado en Silverstone Roger. Televisión y Consumo Capítulo II: La televisión y un lugar donde nos sentimos “en casa”.
[28] Agnes Heller, 1984, Pág. 239. Citado en Silverstone Roger. Televisión y Consumo Capítulo II: La televisión y un lugar donde nos sentimos “en casa”.
[29] 2 Samuel 9:3. 
[30] Salmos 65:4; 
[31] Salmos 133.
[32] Salmos 84:1-4, 10.
[33] Hechos 3:1-9.
[34] Comentario Bíblico de Matthew Henry. Traducido y titulado por Francisco Lacueva. Editorial Clie. 1999.
[35] Hechos 2:44-47; 4:32-35. 
[36] Romanos 5:5.
[37] 1 Corintios 2:9.
[38] Mateo 28:18.
[39] Hebreos 2:14-15.
[40] Salmo 31:15.
[41] Mateo 20:17-18.
[42] Mateo 20:20-28. 
[43] Eclesiastés 3:1-9.
[44] Hechos 12:1-2.
[45] Marcos 10:39. 
[46] Romanos 8:17.
[47] 2Timoteo 2:11-13. Apocalipsis 5:10.
[48] Romanos 8:18.
[49] Salmo 16:10.
[50] Marcos 10:40.
[51] 2Corintios 5:10.
[52] Hebreos 6:10.
[53] Lucas 23:39-42.
[54] Lucas 23:43.
[55] Números 6:24-26.
[56] Mateo 20:25-28. 
[57] Romanos 12:1-3.
[58] Tito 3:3 -6.
[59] Mateo 19:16 -30.
[60] 1Corintios 3:11-14. 
[61] Salmo 42:7.
[62] Cantares 2:1.
[63] 2 Corintios 2:14-16.
[64] Apocalipsis 5:8.
[65] Filipenses 4:18.
[66] Efesios 5:2.
[67] Juan 21:15-17.

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