sábado, 31 de enero de 2015

CORAZÓN DE SIERVO


CORAZÓN DE SIERVO



Había una vez un hierro pequeñito. Estaba en la herrería junto a otros muchos hierros. El herrero los observó y comenzó a trabajar sobre ellos. Seleccionó cuidadosamente. De pronto, el hierrito se vio separado del resto. Observó un martillo tremendo que subía sobre él. Sus ojos se abrieron espantosamente cuando el mazo comenzó a caer sobre su punta. Cerró los ojos y soportó los golpes.

Ignoraba que el herrero estaba trabajando sobre él con un propósito.

Cuando creyó que todo había terminado, unas pinzas tremendas lo tomaron y lo introdujeron en un horno calentado siete veces más de la cuenta. ¡No podía ser lo que le estaba pasando! Quiso confiar, pero su mente estaba perturbada. Encima observaba a los otros hierros; ellos estaban terminados y ninguno pasó por las mismas circunstancias que él estaba pasando.

¿Qué sucede? ¿Acaso estás enojado conmigo? ¿Por qué me separaste a mí? ¿Sólo para hacerme sufrir más que al resto? ¡El fuego es intenso, no lo soporto más! ¡Me derrito, siento que mi interior se ablanda! ¡Voy a desarmarme de a poco! ¿Por qué debo terminar así? ¿Qué hice para merecer tan mal trato?

De pronto, el herrero lo saca del fuego. ¡Al fin!

Las tremendas manos sostienen una vez más la maza. Los enormes brazos del herrero dibujan sus músculos monstruosos que se desfiguran por la fuerza empleada. La maza golpea fuertemente al hierro y su imagen se deforma. Sus puntas se aplanan y chispas salen de su cuerpo rojo por la incandescencia de su exposición al horno de fuego ardiente.

Quiere gritar y no puede. Desea suplicar y no sabe cómo hacerlo. El herrero parece inconmovible. 

--¿No me oyes acaso? ¿Por qué te empeñas conmigo? ¡Déjame ya! Me sedujiste, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, los otros hierros se burlan de mí. No lo aceptaré más. Me rebelaré. Sin embargo, hay en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; trato de sufrirlo, y no puedo--.

Cerró sus ojos. Se rindió a la voluntad de su hacedor. Una vez más el fuego; y luego los golpes. ¿Cuánto tiempo? Lo ignoro. Hasta que el herrero sonrió. Sus ojos se iluminaron viendo su obra. Lo puso sobre la mesa de trabajo y se sentó orgulloso.

El hierrito tomó fuerza y se observó. Su temperatura ahora era normal. Se sintió fuerte e inquebrantable. Listo para ser él quien corte otros hierros. Oyó la voz del trabajador decir: --Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos. Quiébrensen ellos y tú no te quiebres--.

Entonces, recién entonces, sonrió. Comprendió porque tanto trabajo, tanta dedicación. Agradeció por el fuego, por el agua, por ser moldeado a voluntad de su hacedor.

Un corazón de siervo se moldea mediante las circunstancias. El temple necesario sólo lo da el horno de fuego. No sé cuáles son las circunstancias por las que puedes pasar. Sólo quiero decirte que el desierto no es un lugar permanente para ti. Hay un propósito de Dios con tu vida. No desesperes, no es para siempre. Nada por lo que estés pasando es eterno. Sus designios solamente son por siempre y para toda la eternidad.

Golpe tras golpes. Calor insoportable; y más golpes. Duele la transformación de un corazón. Renueva tu vocabulario de hijo: en vez de ¡Padre, dame!, di, ¡Padre, hazme!

¿Pasaremos alguna vez un desierto cómo el que pasó Jesús? Jamás. Oye su clamor: --¡Dios mío, Dios mío!, ¿Por qué me has desamparado?-- ¡Mira al siervo sufriente colgado en una cruz!

¿Te sientes desamparado? ¿Dónde están los que dicen amarte? ¿Cuánta es, si puedes medirla, la soledad a tu alrededor? Nunca será mayor que la sufrida por Jesús al llevar sobre sus hombros todos tus pecados. 

Aunque el horno se caliente siete veces más de lo acostumbrado, Cristo siempre estará en tu desierto. A veces en silencio, en un sufrido e interminable silencio, pero siempre estará. Paseándose en medio de las llamas; soltando las ataduras con las cuales te ataron tus angustiadores.
Valoro tu sacrificio para seguir luchando. Dios lo estima mucho más. Cierra tus ojos y mira a Cristo; cuéntale todas tus angustias; abre delante de su compasión tu corazón; nadie te comprenderá y te ayudará como él.
--No temas, yo te ayudo--, Dice el Señor.

Tomado de: Carta para un escogido I (Página de este blogs).