martes, 10 de noviembre de 2015

SIENDO LIBRE DE TODOS, ME HE HECHO SIERVO DE TODOS

Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos.
 1 Corintios 9: 19


Este razonamiento del Apóstol Pablo tiene una lógica tan simple que espanta. Dice que para ser siervo de todos, tiene que ser libre de todos.

¿Qué quiere decir? Que si yo me hago siervo de una denominación, de una estructura, una religión o cúmulos de ideas que me quiten la libertad del Espíritu, jamás tendré libertad para ser siervo de cualquier otro hijo de Dios como es la voluntad del Padre.

Si me ato a cualquier estructura de pensamiento humano que no me permita obedecer libremente lo que Dios me pida por medio de su Espíritu, no podré ser, verdaderamente, siervo de Dios para con todas las personas.

Dios no hace acepción de personas. Los hombres, sí. Las estructuras religiosas hacen diferencias entre lo que piensan y lo que creen los demás en relación a lo propio. El juicio o prejuzgamiento de lo desaprobado por mi estructura no me permite la misericordia sobre el error ajeno. No se trata de la llamada tolerancia sin preservar la verdad de Dios, se trata de misericordia para servir a todos, dejando el juicio a Quien es el Juez de toda la tierra.

Cristo era libre para comer con comilones o pecadores, para relacionarse con prostitutas o publicanos; conversar con samaritanos o cualquiera sea su lugar de pertenencia. Era libre para poder morir y resucitar por todos. Por cuanto era libre, se hizo siervos de todos. Siervo de los leprosos, de los ricos, de los religiosos y de los traicioneros. No le importaba ni la condición física o espiritual de quien lo tocará. Su libertad era tan grande como su santidad.

Pienso. ¿Cuántas cadenas me atan de las cuales no soy consiente? ¿Cuántas estructuras mentales socavan mi fe para intentar que Dios no me use libremente?  ¿Cuántos de mis  prejuzgamientos hieren al Cuerpo de Cristo por creerme dueño y señor de la verdad? ¿Me hago llamar siervo de Dios y no soy libre para servir al otro?

Señor, hazme conocer cuánto privo a mis hermanos de ser libres por culpa de mi  apresamiento en mi amada estructura egocéntrica. Increíble, quienes tenían en su mano la libertad me hicieron esclavo de sus propios barrotes religiosos e intelectuales. ¿Y  yo? Teniendo en mis manos la Palabra que libera. Teniendo en mi corazón al Cristo que rompe las cadenas, ¿esclavizare a mis oyentes enseñándoles a obedecer a los hombres antes que a Dios? Líbrame Señor. Entrónate en mi corazón y dame tu mente.

Enséñanos a vivir libre de todos, para ser siervos de todos. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come; y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.
Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, y da gracias a Dios.
Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así, pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos. [1]

La Verdad es una persona. El Camino es una persona. La Vida es una persona. Amemos la veracidad de Dios encarnada en esa persona; caminemos esa persona para llegar al Padre, y vivamos la vida de esa persona.

Jesús es esa persona y obedecerle nos hace libres de todos, y siervos de todos.




[1] Romanos 14: 2-8.