jueves, 27 de noviembre de 2014

ENCUENTROS

ENCUENTROS



Hace unos días despedimos los restos mortales de un joven talentoso de la iglesia. En aquella ocasión dije, como palabras alusivas, que la vida se trata de encuentros. Personalmente rendía homenaje a Dios que me permitió cinco  años de encuentro significativo y divino con aquel joven.

Mientras medito en estas palabras, pienso en que el Señor guía nuestro camino y en el transitar de su voluntad nos permite estos encuentros, a veces cortos o largos, lo importante es lo significativo que es para nuestro vivir y  lo que aportamos al otro. Creo que si fuéramos más conscientes de esta verdad, cuidaríamos detenidamente estos encuentros.

Para Josué encontrarse con Moisés fue un encuentro divino. Timoteo no hubiera dudado en responder positivamente en relación a su encuentro con Pablo. ¿Tus encuentros son solo ocasionales, significativos o divinos? Creo que el secreto está en nosotros. En la manera en que valoramos  e involucramos a Cristo en estos encuentros.

Alguien puede ser ocasional en tu vida pero tu manera de ver los momentos compartidos lo puede convertir en significativo. Es más, si ves al Espíritu Santo guiándote siempre, te darás cuenta que todo se convierte en divino según le des posibilidades a Dios. Ninguna persona pasa a tu lado casualmente sino causalmente. Solo permite al Señor mostrarte los porqués y usar tu vida tanto como la de los otros a tu favor.

La vida solo se trata de encuentros temporales hasta que llegue lo eterno.


jueves, 20 de noviembre de 2014

TEMOR REVERENTE

TEMOR REVERENTE

Y seis días después, Jesús tomó a Pedro, y a Jacobo, y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos; y su rostro resplandeció como el sol, y su vestidura se hizo blanca como la luz.
Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él.
Entonces respondiendo Pedro, dijo a Jesús: Señor, bueno es que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres tabernáculos; uno para ti, uno para Moisés, y uno para Elías.
Mientras Él aún hablaba, una nube resplandeciente los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo contentamiento; a Él oíd.
Y oyendo esto los discípulos, cayeron sobre sus rostros, y temieron en gran manera.
Entonces Jesús vino y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos sus ojos a nadie vieron, sino a Jesús solo.
Mateo 17:1-8 

Pedro, Jacobo y Juan vivieron privilegios que ninguno de los otros discípulos tuvieron. Ver la transfiguración de Jesús transformándolos en testigos privilegiados de su gloria es impactante. Observar dos personas con Cristo y darse cuenta que son nada mas ni nada menos que Moisés y Elías supera toda expectativa, de manera tal que Pedro hablaba sin saber lo que decía.

Toda experiencia espiritual es buena cuando son revelaciones de parte del Padre Celestial, pero que el Señor les permita participar de su nube de Gloria y oír directamente la voz de Dios diciendo: -Este es mi Hijo amado, en quién tengo contentamiento; a él oíd-, no es comparable con nada.

¿Qué es aquello que lleva a Cristo a dar participación a estos discípulos de tal revelación? ¿Qué es necesario que haya en mí para ser invitado a tal nube de gloria y tener semejante relación con el Padre?

No son nuestros razonamientos de niños ante tal majestad lo que nos impedirán semejante relación. Muy a pesar de nuestra madurez o fragilidad intelectual o espiritual, Cristo está dispuesto a invitarnos a entrar en su nube y oír de Dios su más tierno pensamiento de Padre, contentado por la obediencia de su Hijo. Solo es necesario temor de Dios.

0bserva la imagen de los tres discípulos caídos sobre sus rostros sin poder levantar la mirada ante la majestad de Dios. Mira su temor reverente. Son tres figuras inclinadas y sumergidas dentro de sí misma, como queriendo achicarse hasta desaparecer ellos mismos, dejando de ser para que solo sea Cristo.

La gloria de Dios consume la humanidad viciada de egocentrismo y el temor de Dios calla nuestra ignorancia ante sus palabras.

Jesús los mira. Nunca se arrepentirá de haberlos invitado a su nube de gloria. No esperaba menos de ellos. Solo temor reverente ante su Padre.

Vino y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos sus ojos a nadie vieron, sino a Jesús solo. Porque Cristo lo es todo. Es más que la nube por gloriosa que sea. Superior a cualquier experiencia espiritual con Moisés, Elías o cualquier siervo de Dios.

El Señor te invita a su presencia a oír directamente la voz de Dios. Inclinado, sumergido dentro de ti mismo, como queriendo achicarte hasta dejar de ser para que solo sea Cristo. Hundido en temor reverente ante su grandeza.