LEER LOS TIEMPOS
Leer los tiempos de Dios es
detenerme. Observar. Tomar decisiones. Es preguntarme: ¿Cuál es mi relación con
Dios? ¿Cuál el rumbo de mi familia? ¿Cuáles los fundamentos de mis sueños y
proyectos?
Leer los tiempos es hundirme en
la presencia de Dios y buscar sus caminos. Ver que está haciendo en estos
tiempos, conociendo sus anhelos. Tratar de juntar los cielos con la tierra para
que mis caminos no estén tan distantes de los suyos. Ni mis pensamientos en
otro tiempo profético al de Cristo.
Es poder cumplir mi llamado.
Acunar mi propósito, o mejor dicho, el propósito de Dios conmigo. Es movilizarme
o detenerme a la luz de tu fuego y a la sombra de tu nube. Es ser declarado
hijo con poder al ser guiado por el Espíritu Santo de Dios.
Leer los tiempos de Dios es ver
lo que el hombre natural no puede ver. Más allá de lo físico y externo.
Todos los seres humanos,
cristianos o no, podemos leer los tiempos. Seguramente con diferentes fines y
distintas visiones, pero todos pueden hacerlo.
Jesús se indignó con los fariseos
y los saduceos que para tentarle, le pidieron que les mostrase señal del cielo.
Mas
él respondiendo, les dijo: Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo
tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles
el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas
las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera
demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y
dejándolos, se fue.[1]
Su indignación se debía a que
Cristo esperaba más de aquellos que dicen buscarle. Más, de los que escudriñan
su palabra. La mujer de Lot fue advertida de los tiempos que vivía, sin
embargo, no supo leerlos condicionada por su amor a lo material. Fue convertida
en monumento de lo que no se debe hacer. Su mirada hacía lo que quedaba atrás
mostraba que no supo leer los tiempos, muy a pesar de la advertencia de los
ángeles.
Uno de los mayores obstáculos
para leer los tiempos de Dios es nuestra mirada centrada en lo terrenal. Es el
manejo de nuestra alma, mediante tumulto de sentimientos, un condicionante para
sintonizar su mover. Necesito detenerme, observar y tomar decisiones.
Leer los tiempos es parar el
tráfico en mi mente y reconocer las señales. Es tomar decisiones en medio de
las encrucijadas temporales. Puedo quedarme en el tiempo cuidando lo que tengo.
Puedo avanzar con el tiempo transformando y transformándome a los nuevos
designios y paradigmas culturales, sociales y espirituales. O puedo tomar distancia
del tiempo. Sea como sea, por acción o inacción, ya he tomado partida en base a
decisiones personales.
¿Cuáles son las señales del
Espíritu Santo en estos tiempos para mi vida? ¿Qué quiere Dios con mi
generación? Es más, ¿Qué está haciendo el Señor con esta generación? ¿Dónde se
eclipsan mis sueños con los suyos? ¿Cuál es el punto de encuentro entre mi
tiempo y su accionar profético al llamarme? ¿Y mi descendencia?
Me pregunto si aquellos
religiosos interpretaron alguna vez la señal del profeta Jonás. Tenían
sabiduría para interpretar muchas cosas, pero las cosas del Espíritu solo a
través del Espíritu, acomodando lo espiritual con lo espiritual.
Tú puedes hacerlo. Porque Dios te
capacita para leer los tiempos con sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría
oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra
gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si
la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria.
Antes bien, como está escrito:
Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las
que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a
nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo
de Dios.
Porque ¿quién de los hombres sabe
las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco
nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no
hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios,
para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos,
no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el
Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Pero el hombre natural no percibe
las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las
puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el
espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque
¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la
mente de Cristo.[2]
Tengo esperanza de que algunos de
aquellos sabios hayan alcanzado a leer los tiempos de profecías cumplidas que
vivían. Nosotros confiamos en poder leer nuestros tiempos proféticos. Solo
cuidemos de que no pase por nuestro lado el tiempo de profecías cumplidas sin
llegar a interpretarlas. Cuidemos de leer los tiempos de oraciones respondidas
y de la visitación de Dios, no nos distraigamos con la rapidez e inmediatez de
la vida contemporánea sin detenernos, observar y tomar decisiones.
Cuando Jesús llegó cerca de Jerusalén,
al
verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en
este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te
sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus
hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no
conociste el tiempo de tu visitación.[3]
-Señor, Abre mi ojos para ver.
Dame una brújula espiritual, el Gps de los cielos que me indiquen tus designios
en mis tiempos. Enséñame a conocer el día de tu visitación para conmigo, a reconocer y
valorar lo que es para mi paz-.
Aquellos que leen los tiempos sin
Dios lo hacen desde una sabiduría enloquecida, porque ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está
el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la
sabiduría del mundo? Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a
Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura
de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan
sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos
ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así
judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios.[4]
Entonces, nuestra sabiduría no
son conceptos volcados por hombres mediante siglos de estudios. Nuestra
sabiduría no son resultados de pruebas científicas ni filosóficas o ideológicas.
La sabiduría con la cual leemos los tiempos es una persona en nosotros. Mi
sabiduría en Dios es una persona y no un cúmulo de verdades humanísticas o
religiosas. Una persona es relacional. Mira; escucha; habla; siente; sufre;
llora; ríe. Cristo en mi es Poder y Sabiduría de Dios. Leer los tiempos con
sabiduría de Dios es leer en Cristo, con su mente, su manera de ver a Dios y a
los demás; es Cristo viviendo su vida en mí. Y yo, muerto a mi yo, rindo mi
voluntad para que la persona de Jesús sea en mi persona.
-¡Lléname de ti, Señor! Vive tu
persona en mi ser. Eres mi esperanza de Gloria. Comenzaste tu ministerio anunciando el cumplimiento de los
tiempos y el reino de Dios que se había acercado. Anunciabas la necesidad de
arrepentirse y creer en el evangelio[5].
Nunca permitiste que el manejo de los demás, en cuanto a sus lecturas de los
tiempos, te afectara en tu toma de decisiones. Porque tú tenías plenas claridad
de los tiempos de Dios, porque sabías de donde venías y cual tu misión profética en medio de la eternidad.[6]-
Mis tiempos son los postreros.
Son aquellos de la nueva y falsa tolerancia. De las alianzas estratégicas entre
creencias y poder humano, sin importar que se cree. Donde en el Nombre de Dios
el fin parece justificar los medios.
Mis tiempos es el de una Iglesia
poderosa ante su gran cosecha, pero,
también, la antesala de la apostasía. Porque en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos,
avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de
piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos debo evitar.[7]
Me detengo y leo lo que el
Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la
fe, prestando atención a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios[8]. Porque vendrá tiempo
cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos,
acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos.[9] En los últimos tiempos
habrá burladores que irán tras sus propias pasiones impías.[10]
Pero, también sé que en mis
tiempos derramarás de tu Espíritu como nunca antes, y nuestros hijos y nuestras
hijas profetizarán; y nuestros jóvenes verán visiones, y nuestros ancianos
soñaran sueños. Y sobre tus siervos y siervas derramarás de tu Espíritu, y
profetizarán.
Mis tiempos son aquellos donde la novia se prepara para las bodas del Cordero. Vestida de lino fino, limpio y resplandeciente que son las obras justas de los santos. Mi tiempo es tiempo de santidad, de búsqueda personal.
Mis tiempos son aquellos donde la novia se prepara para las bodas del Cordero. Vestida de lino fino, limpio y resplandeciente que son las obras justas de los santos. Mi tiempo es tiempo de santidad, de búsqueda personal.
Enséñame a leer mis tiempos. A andar
con diligencia, no como necio sino como sabio, aprovechándolo bien, porque los
días son malos. Entendido de cuál sea tu voluntad.[11]
Señor Jesús, yo en ti confío, oh
Señor; digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis tiempos; líbrame de mis
enemigos y de mis perseguidores.[12]
Inspirado en la predicación “Leyendo los tiempos” de Daniel
Dardano
http://www.generacionenconquista.org/espanol/leyendo_los_tiempos.html
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