Por
lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos.
Este
razonamiento del Apóstol Pablo tiene una lógica tan simple que espanta. Dice que
para ser siervo de todos, tiene que ser libre de todos.
¿Qué
quiere decir? Que si yo me hago siervo de una denominación, de una estructura,
una religión o cúmulos de ideas que me quiten la libertad del Espíritu, jamás
tendré libertad para ser siervo de cualquier otro hijo de Dios como es la
voluntad del Padre.
Si
me ato a cualquier estructura de pensamiento humano que no me permita obedecer
libremente lo que Dios me pida por medio de su Espíritu, no podré ser,
verdaderamente, siervo de Dios para con todas las personas.
Dios
no hace acepción de personas. Los hombres, sí. Las estructuras religiosas hacen
diferencias entre lo que piensan y lo que creen los demás en relación a lo
propio. El juicio o prejuzgamiento de lo desaprobado por mi estructura no me
permite la misericordia sobre el error ajeno. No se trata de la llamada
tolerancia sin preservar la verdad de Dios, se trata de misericordia para
servir a todos, dejando el juicio a Quien es el Juez de toda la tierra.
Cristo
era libre para comer con comilones o pecadores, para relacionarse con
prostitutas o publicanos; conversar con samaritanos o cualquiera sea su lugar
de pertenencia. Era libre para poder morir y resucitar por todos. Por
cuanto era libre, se hizo siervos de todos. Siervo de los leprosos, de los
ricos, de los religiosos y de los traicioneros. No le importaba ni la condición
física o espiritual de quien lo tocará. Su libertad era tan grande como su
santidad.
Pienso.
¿Cuántas cadenas me atan de las cuales no soy consiente? ¿Cuántas estructuras
mentales socavan mi fe para intentar que Dios no me use libremente? ¿Cuántos de mis prejuzgamientos hieren al Cuerpo de Cristo
por creerme dueño y señor de la verdad? ¿Me hago llamar siervo de Dios y no soy
libre para servir al otro?
Señor,
hazme conocer cuánto privo a mis hermanos de ser libres por culpa de mi apresamiento en mi amada estructura
egocéntrica. Increíble, quienes tenían en su mano la libertad me hicieron
esclavo de sus propios barrotes religiosos e intelectuales. ¿Y yo? Teniendo en mis manos la Palabra que
libera. Teniendo en mi corazón al Cristo que rompe las cadenas, ¿esclavizare a
mis oyentes enseñándoles a obedecer a los hombres antes que a Dios? Líbrame
Señor. Entrónate en mi corazón y dame tu mente.
Enséñanos
a vivir libre de todos, para ser siervos de todos. Porque uno cree que se ha de
comer de todo; otro, que es débil, come legumbres. El que come, no menosprecie
al que no come; y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha
recibido.
Uno hace diferencia entre día y día; otro
juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia
mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace
caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, y da
gracias a Dios.
Porque ninguno de nosotros vive para sí, y
ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos,
para el Señor morimos. Así, pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor
somos. [1]
La Verdad es una persona.
El Camino es una persona. La Vida es una persona. Amemos la veracidad de Dios
encarnada en esa persona; caminemos esa persona para llegar al Padre, y vivamos
la vida de esa persona.
Jesús es esa persona y obedecerle
nos hace libres de todos, y siervos de todos.