lunes, 25 de agosto de 2014

TEN PACIENCIA A DIOS

TEN PACIENCIA A DIOS


Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.
Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.
Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová.
Salmos 40:1-3. 

Estamos tan acostumbrados al decir cotidiano de que tengamos paciencia a los demás o a la verdad de que Dios nos tiene paciencia a nosotros que, a veces, ignoramos o pasamos por alto que el Señor también nos pide paciencia para con él.

David descubre el secreto de que a Dios hay que esperarlo con paciencia. Que él mismo nos pide tolerancia para con su accionar. Po este motivo, piensa en la necesidad que tiene el Señor de que tú seas paciente en lo que esperas o pides.

El sistema de este mundo nos impulsa a la rapidez, a la inmediatez. El mercadeo ofrece tener todo ya sin medir el riesgo que se corre. Y nosotros nos envolvemos en ese frenesí sin entender que no nos guiamos por el statu quo de este mundo, sino por las cosas que antes fueron escritas, porque estas para nuestra enseñanza fueron escritas; para que por la paciencia y consolación de las Escrituras, tengamos esperanza. Y nuestro Dios es el Dios de la paciencia y de la consolación a quien rogamos nos dé que entre nosotros seamos de un mismo sentir según Cristo Jesús.[1]

Entonces, esperemos con paciencia a Jehová. Tengámosle paciencia al obrar de Dios mediante su voluntad y sus tiempos. Él no es un “Compre ya” ni se rige por ningún mercadeo mundano, pues para él no somos mercaderías a conseguir sino hijos.

Esperar es tu gran desafío. Es vencer la ansiedad interna que te sacude. Es dominar la desesperación que intenta esclavizarte. Es quedarte quieto cuando todo gira con ímpetu alrededor y tus pasiones internas no te dejan pensar en Dios ni dejar de pensar en los problemas. Dios te desafía diciéndote: No te pido paciencia hacia aquellos que te molestan. No te pido paciencia hacia tus enemigos. No te pido paciencia ante los problemas. Te pido paciencia para conmigo. Tenme paciencia y espérame.

Ese esperar pacientemente al Señor demostró la fe de David. Porque no es un esperar estático ante lo irreversible. Es un esperar clamando; convencido que de otra manera es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que a Dios se acerca, crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.[2]

Dios, al ver tú fe, se inclina a ti para oírte. Un inclinar que manifiesta nuestra pequeñez y su majestad. Dios que habita en las alturas, por sobre todo dominio o potestad en el mundo visible e invisible y, sin embargo, se inclina hacia ti, para oírte. Porque tu fe esperando con paciencia a él está diciendo cuán grande es el Señor y cuán necesitados estás de él. Es más, lo dispuesto que estás en esperar dándole soberanía a su accionar ¡Siempre será lo mejor!

David grafica su experiencia personal con un pozo. Esta descripción se debe a que en tierra de Israel se cavaban pozos para extraer agua. Éstos a veces se secaban y se los solía usar como cárcel. En un pozo semejante echaron a José sus hermanos[3] o a Jeremías los príncipes de Israel[4]. Como solían correr ríos subterráneos anteriormente, de tiempo en tiempo la humedad crecía en su interior y se llenaban de lodo. Cuanto más se movía quien estaba en aquel lodo, más se hundía.

Te das cuenta. Cuanto más piensas o intentas hacer por tus propias ideas y fuerzas, pareces hundirte más. Cuanto más cálculo haces menos alcanza. Pero, si esperas en Dios, él se inclina a ti para oír tu clamor, y te sacará de ese pozo de desesperación, de ese lodo cenagoso. No te muevas tanto. Ten paciencia a Dios y espera en él. Dios hará.

Me hizo sacar, dice David. Dios utilizó no sé qué ni a quién; solo sé que lo sacó del pozo de su cautiverio. Solo sé que Jeremías clamó y escribió sobre su experiencia en el lodo cenagoso: 
Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué.
Ataron mi vida en mazmorra, pusieron piedra sobre mí.
Aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy.
Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la cárcel profunda.
Oíste mi voz; no escondas tu oído a mi suspiro, a mi clamor.
Te acercaste el día que te invoqué: dijiste: No temas.[5]
Solo sé que el Señor promete: Y tú también por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado a tus presos de la cisterna en la que no hay agua.[6]

Dios ha cumplido su promesa hace más de dos mil años. Cristo te sacó del pozo de la desesperación por tu separación de su Padre. Por su Sangre derramada por ti te salvo del pecado y de la destrucción eterna. Vive de acuerdo a sus promesas y no en el ímpetu de este mundo.

Debemos reconocer que si llegamos a una situación de desesperación, donde nos hundimos cada vez más, es porque algo estamos haciendo mal. Por algún motivo llegamos a este contexto negativo. Dios no desea sacarnos de esta realidad para que sigamos cometiendo lo mismos errores y dentro de poco estemos otra vez en el mismo pozo.

David cambia la imagen del pozo por la del camino y del lodo por la peña. Se da cuenta que el Espíritu de Dios lo saca de la profundidad de su cautiverio para darle un camino diferente, y de la inseguridad del lodo, donde es imposible hacer pie, a una roca fuerte. Peña firme que es Cristo, el autor y consumador de la fe.

Dios necesita que entiendas y reconozcas lo que te llevó a esta situación. Ahora, acepta la dirección del Espíritu Santo y déjate dirigir por él, para que tus pasos sean enderezados. Dios no te saca del lodo y te deja en lugares inestables o sin dirección. El señor hace tus pies como de sierva y en tus alturas te hace andar.[7] Porque tu lugar es junto a las águilas y no en el suelo. Tus alturas son espirituales en los lugares celestes junto a Cristo.

Porque Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que te amó, aun estando muerto en tus pecados, te dio vida juntamente con Cristo (por gracia eres salvos), y juntamente con Él te resucitó, y asimismo te hizo sentar con Él, en lugares celestiales en Cristo Jesús; para mostrar en las edades venideras las abundantes riquezas de su gracia, en su bondad para contigo en Cristo Jesús. Porque por gracia eres salvo por medio de la fe, y esto no es de ti; pues es don de Dios; no por obras, para que no te gloríes.[8]

Finalmente cambió en David su cántico por uno nuevo, alabanza a nuestro Dios.
No sé cuál será tu hablar o cantar en medio del pozo de la desesperación y del lodo cenagoso. Pero entiendo que el Espíritu Santo cambió el hablar derrotado por una alabanza a Dios. Palabras que proclamen fe y reconocimiento a la persona del Cristo al cual adoramos.

Ten paciencia y espera a Jehová. A pesar de su inmensa majestad se inclinará a ti y te oirá como el padre lo hace ante su hijo. Te sacará de esta situación y pondrá terreno firme a tus pies y enderezará tu caminar con dirección cierta. Llenara tu boca de risa y tus labios de alabanzas. Sobre todo, no lo hará en oculto. Muchos verán lo que el Señor hizo contigo y temerán su Nombre y confiarán en el Dios que tú confías. Porque tu vida refleja la gloria de Dios, porque él se glorifica y se goza haciéndote bien.



[1] Romanos 15:4-5.
[2] Hebreos 11:6. 
[3] Génesis 37:25-29.
[4] Jeremías 38:6-13.
[5] Lamentaciones 3:52-57.
[6] Zacarías 9:11. 
[7] Salmos 18:33.
[8] Efesios 2:4-9. 

domingo, 17 de agosto de 2014

MAS QUE PROFETA

Más que profeta


Y cuando se fueron los mensajeros de Juan, comenzó a decir de Juan a las gentes: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña que es agitada por el viento? Mas ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que visten preciosas ropas y viven en delicias, en los palacios de los reyes están.
Mas ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y aun más que profeta.
Éste es de quien está escrito: He aquí, envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.
Porque os digo que entre los nacidos de mujer, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios, mayor es que él.
Lucas 7:24-28.
 
Juan el Bautista se encuentra de repente en una situación difícil. Apresado por Herodes espera el qué será de su vida. Mientras tanto le llegan noticias de Jesús. Dos de sus discípulos lo visitan en la cárcel y le comentan de milagros, multitudes y una presencia de Dios manifestándose de una manera especial a través de Cristo.

Juan sabe un poco de esto. Él era una antorcha que alumbraba por un corto periodo y la gente quiso alumbrarse en su luz; pero Jesús se manifestaba como la Luz verdadera que da vida a todos los hombres. Les pide a sus discípulos que vayan a Cristo y le pregunten: ¿Eres tú Aquél que había de venir, o esperaremos a otro?

Quizás nos cueste entender que sea justamente Juan quien dude. Él, que dio testimonio, diciendo: Vi al Espíritu descender del cielo como paloma, y permanecer sobre Él; y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar en agua, Éste me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu, y que permanece sobre Él, Éste es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.[1]

Pero en la soledad de la cárcel y lejos de los tiempos en que las multitudes corrían a él, entonces tiene duda. Por eso Jesús le recomienda no escandalizarse de él, o como dice otra versión, no hallar tropiezo en su persona. Que las luchas y pruebas no cambien tu imagen del Cristo de la gloria porque él no cambia de acuerdo a las circunstancias, tampoco debe hacerlo tu fe.

Los mensajeros son recibidos por Cristo y vuelven a Juan con una respuesta clara a su pregunta: Id, decid a Juan lo que habéis visto y oído; cómo los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es predicado el evangelio; y bienaventurado es aquel que no fuere escandalizado en mí. Y cuando se fueron los mensajeros de Juan, comenzó a decir de Juan a las gentes.

Abramos un paréntesis aquí. Juan se equivocó en la pregunta dudosa sobre si era él o debían esperar a otro, pero esto no llevó a Jesús a criticarlo. Le recomendó aquello que lo haría bienaventurado, pero ante la gente no lo criticó. Aprendamos, los siervos de Dios pueden equivocarse pero jamás critiquemos ante la gente. Resaltemos las virtudes y los defectos los corregimos entrecasa.

Ahora la pregunta de Jesús a la multitud: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña que es agitada por el viento? Mas ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que visten preciosas ropas y viven en delicias, en los palacios de los reyes están.
Mas ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y aun más que profeta.

Esa es la pregunta en la cual quiero meditar. ¿Qué salimos a ver? ¿Qué buscamos en las personas? ¿Qué nos atrae tanto como para invertir tiempo y sacrificio de nuestra atención en hombres semejantes a nosotros?

Cada uno de nosotros observamos a nuestros líderes espirituales y decidimos escucharlos  y, aun, aprobar sus palabras bajo la luz de la palabra de Dios. Pero, ¿Qué salimos a ver? Este salir es quebrar los límites personales de nuestro círculo. Órbita que limita mi vivir cotidiano y mis limites espirituales y preferenciales en cuanto a quien elijo como digno de ser oído y obedecido, de acuerdo a su accionar personal ante el Padre.

Amplió mis horizontes cada vez que decido poner mi atención sobre una persona y alimentar, tanto mi intelecto como mi vida espiritual, a través de ella. Debo ser consciente que al salir a ver estoy otorgando poder. Dar la palabra es dar poder. Al permitirle que ese hombre o mujer me hable le estoy otorgando el poder de instruirme o guiarme.

Cristo hoy te pregunta: ¿Qué salisteis a ver? ¿Una caña que es agitada por el viento? Es decir, una persona que no merece el grado de estima que le brindas. Mas ¿qué salisteis a ver? Una persona que te deslumbra con sus posiciones y glamour. Mas ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Esa es la clase de persona que personalmente busco. Una persona que hable en Nombre de Dios con veracidad vivida y respaldada por el Espíritu del Santo. Soy capaz de romper con mi círculo personal y salir al desierto a escucharlo.

Jesús dice de Juan el Bautista que era más que profeta. Porque su realidad espiritual le permitió tener una experiencia que ningún profeta del Antiguo Pacto tuvo. Mientras los profetas profetizaban del Mesías, Juan lo vio con sus ojos y lo señalo con su mano ante la multitud diciendo: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. ¿Qué profeta tuvo este acercamiento tan particular con el objeto de su profecía? Realmente, Juan es más que profeta.

Ahora, aquellos a los cuales salgo a ver, ¿Son profetas verdaderos de Dios? ¿Cuánta es la visión de Jesús que tienen?  No juzgo sin conocer. Juzga tú que los conoces; Yo lo haré con cada persona que decida escuchar dándole el poder de la palabra.

Juan era más que profeta por su visión de Jesús. También por su llamado tan especial. Éste es de quien está escrito: He aquí, envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. Jesús dijo que entre los nacidos de mujer, no hay mayor profeta que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de Dios, mayor es que él.

En comparación a los otros profetas que predicaron de Cristo, él acercamiento al Mesías  logra que no haya otro mayor que él entre los nacidos de mujer. Ahora, Juan es el más pequeño en el Reino de los cielos, porque aquellos que gustan de la presencia del Cristo glorificado en las regiones celestes están muchos más cerca de éste que Juan. Redondeando, lo que hace grande a un profeta es su cercanía a Dios.

Otra perspectiva es saber que los más grandes en el Reino son los que se humillan como niños, por eso a ellos les perteneces el Reino de los cielos. Entonces, lo que realmente lo hace grande a un profeta es ser el más pequeño entre los hermanos. Dice la Biblia que En aquella hora vinieron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,  y dijo: De cierto os digo: Si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Cualquiera, pues, que se humillare como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.[2]

Para finalizar: ¿Qué saliste a ver? ¿Una caña que es agitada por el viento? Mas ¿qué saliste a ver? ¿Un profeta?

Un profeta tiene Palabra de Dios porque tiene llamado. Un profeta tiene visión de Cristo. Sin embargo, un profeta sabe que es el más pequeño en el Reino de Dios. Esto lo convierte en más que profeta.

El Espíritu Santo de Dios te de la bendición que cuando alguien pregunte a los que salen a oírte, ellos respondan: Salí a ver a un profeta, ¿Qué digo? Más que profeta. Y que tú respondas lo mismo de tus líderes espirituales.



[1] Juan 1:32-34.
[2] Mateo 18:1-4.  

sábado, 16 de agosto de 2014

EN EL DÍA DE MI ANGUSTIA TE LLAMARÉ

En el día de MI angustia 

te llamaré



Salmos 86:5-7. Porque tú, Señor, eres bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan. Escucha, oh Jehová, mi oración, y está atento a la voz de mis ruegos.
En el día de mi angustia te llamaré; porque tú me respondes.

En esos momentos de desolación, tristeza, congoja, dolor y frustración; ¿Quién quieres que esté a tu lado? Son momentos en que uno debe seleccionar con detenimiento a quien buscar. Seguramente desecharemos a muchos. A lo mejor queden pocos en quienes confidencialmente podamos confiar. Lo más importante es ¿Qué busco en aquellos a quienes llamo?

David decía desde su experiencia personal con el Señor:
Te amaré, oh Jehová, fortaleza mía.  Jehová es mi Roca, mi castillo y mi Libertador; mi Dios, mi fortaleza, en Él confiaré; mi escudo, el cuerno de mi salvación, y mi alto refugio.
Invocaré a Jehová, quien es digno de ser alabado, y seré salvo de mis enemigos.
Me rodearon los dolores de la muerte, y torrentes de hombres perversos me atemorizaron.
Dolores del infierno me rodearon, me previnieron lazos de muerte.
En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios: Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de Él, a sus oídos.
Con mi voz clamé a Dios, a Dios clamé, y Él me escuchó.[1]
Al Señor busqué en el día de mi angustia; mi mal corría de noche y no cesaba; mi alma rehusó el consuelo.[2]

Jeremías inmortalizo en la Palabra de Dios su angustia ante la injusticia:
Mis enemigos me dieron caza como a ave, sin haber por qué. Ataron mi vida en mazmorra, pusieron piedra sobre mí. Aguas cubrieron mi cabeza; yo dije: Muerto soy.
Invoqué tu nombre, oh Jehová, desde la cárcel profunda. Oíste mi voz; no escondas tu oído a mi suspiro, a mi clamor. Te acercaste el día que te invoqué: dijiste: No temas. Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida[3].

Jonás oró al Dios de las segundas oportunidades desde el vientre del pez, y dijo:
Clamé de mi tribulación a Jehová, y Él me oyó; Del vientre del infierno clamé, y mi voz oíste[4].

Vive con Jesús su momento de soledad intensa:
Y Él se apartó de ellos como a un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Y le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.
Y estando en agonía, oraba más intensamente; y fue su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra[5].

Y tú, en el día de la angustia, ¿A quién llamarás? ¿Quién es lo suficientemente confiable para buscarlo en este momento de incertidumbre? ¿Quién no te juzgará? ¿Quién te responderá diciendo: Heme aquí, paz a ti? 

Llama a Aquél que te responderá. Al Cristo que te dijo: he aquí yo estoy contigo todos los días, hasta el fin del mundo[6].
 Al Dios que se ofrece diciéndote: E invócame en el día de la angustia: Te libraré, y tú me honrarás[7].
Llama al Dios de tu amor que reconoce cuanto le amas diciendo: 
Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia; lo libraré, y le glorificaré. Lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación[8].

Llamar es invocar. Llamar es una oración que no pide una cosa, cualquiera que ésta fuere. Es una oración que pide a alguien. Oración de petición por una persona: El Santo Espíritu de Dios.
Invocar es decirle: Señor, en este momento, te necesito a ti. Necesito tu presencia real en mí. Necesito sentirte tan cerca, como el aire que en este instante respiro, como el calor que golpea mi rostro o la lágrima que humedece mis mejillas. Si tú vienes a mi encuentro me será bastante para suplir mi angustia. Porque aunque todo lo tenga, no bastará. Solo tú eres todo suficiente para mí.

Los hombres comenzaron a invocar a Dios a partir del nacimiento de Set y su descendencia (Enós)[9]. Anterior a esto vemos las ofrendas de Caín y Abel. Ahora, en Set se comienza la búsqueda de la persona de Dios mediante la invocación. Set significa: Sustitución, porque es símbolo de Jesús que fue tu sustituto ante la ira divina sobre el pecado.

Jesús es mucho más que un hecho histórico. Él es ayer, hoy y siempre. Ayer estuvo cerrando la boca de los leones hambrientos ante su siervo Daniel[10]. Se paseaba en medio de las llamas del horno ardiente de Nabucodonosor socorriendo a Sadrac, Mesac, y Abed-nego[11]. Jesús es el mismo quién en un pasado cercano respondió ante el clamor del ciego Bartimeo, los diez leprosos, la mujer cananea, Jairo, y tantos otros.

Jesús es aquél al cual invoqué cuando me rodearon los dolores de la muerte y del infierno, me previnieron lazos de muerte ante mi hijo agonizante. Pero, se acercó Jesús el día de mi mayor angustia, y me dijo: No temas, aquí estoy. Y su presencia fue suficiente.

Cristo es quien siempre vendrá a tu encuentro como Rey y como siervo sufriente. Porque él es  quien viene cada vez que lo llamas; para llevar tus enfermedades, y sufrir tus dolores; el soporta sobre sí el castigo de tu paz, y por su llaga serás curado.

Di conmigo: En el día de mi angustia te llamaré; porque tú me respondes.




[1] Salmo 18:1-6.
[2] Salmos 77:2. 
[3] Lamentaciones 3:52-58.
[4] Jonás 2:1-2. 
[5] Lucas 22:41-44. 
[6] Mateo 28:20.
[7] Salmos 50:15.
[8] Salmos 91:14-16. 
[9] Génesis 4:25-26.
[10] Daniel6:22.
[11] Daniel 3:25.

domingo, 10 de agosto de 2014

REEDIFICANDO LOS MUROS Y SUS PUERTAS

Libro de Nehemías. Capítulo 1 y 2.
Muros derribados

El hermano llegó juntos a otros judíos. Un saludo afectuoso, besos en las mejillas y una pregunta: -Hanani ¿Cómo están los judíos que escaparon, que han quedado de la cautividad, y Jerusalén?-

Y le dijeron: -El remanente, los que quedaron de la cautividad allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego-.[1]

Cuantas veces oímos noticias que nos indican que los muros de nuestra ciudad están derribados y el fuego los consume día a día. La gente sufre. Muchos pierden su dignidad por falta de no poder satisfacer sus necesidades básicas. Los muros de los valores del amor y el respeto son arruinados. Las puertas de la dignidad personal son quemadas por fuego ajeno.

¿Cuál es la noticia o noticias sobresalientes del  día? ¿Qué valores y que derechos personales derriban? ¿De qué manera se queman las puertas de nuestra sociedad para dar lugar al robo, la muerte y destrucción en los niños, jóvenes y ancianos? ¿Cuál es el sentimiento que despierta en ti?

El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; Jesús vino para que tengamos vida, y para que la tengamos en abundancia[2]. Nosotros, ¿Para qué vinimos?

Sin lugar a dudas, las noticias diarias son desalentadoras al punto tal que el actual gobierno en Argentina obligó, por ley, que los medios noticiosos pongan un spot antes de comenzar los noticieros que diga lo siguiente: ADVERTENCIA: las imágenes pueden herir su sensibilidad; y sugerir sobre la presencia de niños y adolescentes ante el televisor para ver un programa de noticias.

Lo importante es que hacemos nosotros ante esta realidad.

Las noticias en los tiempos de Nehemías causaban dolor y tristezas a muchos. Otros ya estaban inmunizados ante el dolor. La naturalización de lo acontecido lo llevan al no-pensar viviendo bajo la ley del sálvese quien pueda.

Nehemías se sentó y lloró angustiado ante el relato recibido. Decidió hacer duelo por algunos días, pero la decisión más importante fue ayunar y orar delante del Dios del cielo.

La oración de Nehemías es fundamental. Orar y  ayunar es el primer paso que debemos dar cada vez que el Espíritu de Dios compunja nuestro ser interior ante la decadencia de nuestra sociedad, ante el dolor de la injusticia social, el maltrato y la muerte.

Orar con la seguridad y convicción que oramos a un Dios que ve y escucha, pero sobre todo que responde a la oración y no es ajeno al dolor del ser humano.

Nehemías oró diciendo: Te ruego, oh Jehová, Dios del cielo, Dios grande y terrible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído, y tus ojos abiertos, para oír la oración de tu siervo, que yo hago ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel tus siervos.[3]

Pero no es orar por orar. Es orar en la sabiduría y dirección de Dios. Nehemías reconoció que todo lo sucedido no es una casualidad sino una causalidad. Era producto del pecado.

Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos contra ti cometido; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos, y estatutos y juicios, que mandaste a Moisés tu siervo. 

El mundo le ha dado la espalda a Dios. Todos somos pecadores y responsables de la caída y destrucción de nuestros muros. Podemos echar la culpa a otros, aunque estos sean ejecutores del mal, pero finalmente nosotros somos los principales responsables. La confesión destaca la veracidad del Padre en sus juicios y es estar de acuerdo con Dios.

Nuestro Padre celestial es un Dios de promesas. En la cruz del calvario se firmó con sangre la más maravillosa de las promesas:

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. [4]

Y ésta es la voluntad del que me envió: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en Él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero.[5]

De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí tiene vida eterna.[6]

Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?[7]

Estas son algunas de las promesas en Cristo. Lo importante es saber si crees esto.

Nehemías reconoció a este Padre de promesas y oró: Acuérdate ahora de la palabra que ordenaste a Moisés tu siervo, diciendo: Vosotros prevaricaréis, y yo os esparciré por los pueblos: Pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestros desterrados estén hasta el extremo de los cielos, de allí os reuniré; y los traeré al lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre. Ellos, pues, son tus siervos y tu pueblo, los cuales redimiste con tu gran fortaleza, y con tu mano fuerte.

Esta oración es la base teológica ante la realidad que vivimos, pero la base de la victoria es el final de la oración de Nehemías: Te ruego, oh Señor, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean temer tu nombre. Prospera a tu siervo hoy, y concédele hallar misericordia delante de aquel varón. Porque yo servía de copero al rey.

Oró mostrando al Señor que no solo va a llorar, orar y ayunar. Oró tomando la decisión de hacer algo. No va a esperar que Dios haga, sino que lo haga a través de él.

No esperemos que Cristo descienda otra vez para hacer lo que ya hizo. Entrego su vida por nosotros y resucitó sentándose a la diestra del Padre, dándonos a nosotros el poder y la autoridad para hacer y deshacer en ésta nuestra generación. No esperemos que Dios envié a otro Nehemías; seamos nosotros el Nehemías de este hoy.

Reconstruyamos lo muros primeramente en nuestro corazón; reconstruyamos las puertas de nuestro ser interior. Trabajemos sobre las fortalezas en nuestra familia; derribemos las contrarias a la Palabra de Dios y construyamos sobre fundamento firmes en Cristo.

Ahora sí, salgamos a la calle y reconstruyamos esta sociedad desde su base. La familia, nuestro lugar de trabajo o estudios son lugares de reconstrucción. Donde quiera que estemos prediquemos viviendo y hablando los mandamientos del Padre y la obra redentora de Cristo.

Confiemos porque el Dios del cielo, Él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos.[8]   





[1] Nehemías 1:1-3.
[2] Juan 10:10. 
[3] Nehemías 1:5-11.
[4] Juan 3:16.
[5] Juan 6:40.
[6] Juan 6:47. 
[7] Juan 11:25-26.
[8] Nehemías 2:20. 







martes, 5 de agosto de 2014

¡QUÉ LLUEVA EN PRIMAVERA!

Zacarías 10:1 Reina-Valera 1960 (RVR1960)

“Pedid a Jehova lluvia en la estación Tardía. Relámpagos Jehova HARÁ, y os DARÁ lluvia Abundante, verde y hierba en el campo a CADA UNO.”


Señor, ¡Qué llueva en primavera!


La lluvia temprana es la lluvia de la siembra, del tiempo del trabajo rudo por romper la dureza de la tierra y esparcir la semilla, confiando en que lloverá sobre nuestro esfuerzo como coronario de tu bendición sobre el fruto de nuestras manos.
El peligro de este tiempo temprano es el no ver los frutos. Trabajar sobre un suelo tosco intentando penetrar en su superficie para llegar a sus profundidades y depositar el precioso don concedido. Sus colores y olores no son favorables a nuestros sentidos. El amarillento absorbe lo verde y no hay olores a flores ni la fragancia de los cítricos endulza los aires.
La lluvia temprana da esperanza; alimenta la fe. Nos ayuda a creer aun no viendo. Es el tiempo del ministerio de las lágrimas, donde va andando y sembrando el que lleva la semilla…

La lluvia tardía es la lluvia de primavera, se presenta justamente antes de la cosecha. Son las refrescantes lluvias que renuevan la fertilidad de la agotada tierra. Es la lluvia de la madurez que perfecciona el resultado final para la cosecha. 
Lluvia que da color, y sabor, que renueva los olores de la vida. 
Es el toque perfecto de Dios que da gracia y bendición segura, pero pedida. Porque aunque sea obvia tu bendición; aunque la lógica de tu verdad y fidelidad lo anuncien de manera tal que sea imposible dudar; aunque tenga por cierto que siempre me ayudarás, aun así, pediré a ti:
¡Señor, que llueva en primavera!
Que llueva sobre mi esfuerzo. Sobre mi trabajo y de su toque  final a mi labor. 
Que la lluvia tardía descienda sobre mi ministerio; sobre mi búsqueda personal de ti. 
Que la lluvia de primavera baje copiosa sobre mis sueños y mis anhelos, y lo fecunden de la vida de tu Espíritu.
Te pido, Señor: Envía la lluvia en mi estación tardía, haz relámpagos y dame lluvia abundante, verde y hierba sobre mi campo sediento de ti.


domingo, 3 de agosto de 2014

ARREPENTIMIENTO

Arrepentimiento

¿Cómo saber identificar un verdadero arrepentimiento de un sentimiento de culpabilidad y remordimiento?
La repuesta más clara a esta pregunta la contesta Juan el Bautista en Lucas 3:8: Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.
La versión Traducción al lenguaje actual (2002) dice sobre este episodio:
Lucas 3:7 – 9: Mucha gente venía para que Juan los bautizara, y él les decía: ¡Ustedes son unas víboras! ¿Creen que van a escaparse del castigo que Dios les enviará? Muestren con su conducta que realmente han dejado de pecar. No piensen que van a salvarse sólo por ser descendientes de Abraham. Si Dios así lo quiere, hasta estas piedras las puede convertir en familiares de Abraham.
Cuando un árbol no produce buenos frutos, su dueño lo corta de raíz y lo quema. ¡Y Dios ya está listo para destruir a los que no hacen lo bueno!
El verdadero arrepentimiento trae un cambio real en la vida; profundo en nuestro interior. Es un cambio de conducta ante Dios y, por ende, hacía nuestro prójimo y la vida misma.
El remordimiento nos da la seguridad de que nos hemos equivocados, pero no la convicción de que lo hecho está mal ante el Señor, sino que solamente no salió con los resultados planeados. Es como decir: me equivoqué; la próxima vez lo hare mejor.
Observemos a Pedro y Judas. Los dos se equivocan; ambos traicionan a Jesús. Pero el final de ambos es diferente.
Mateo 27:3-5: Cuando Judas supo que habían condenado a muerte a Jesús, se sintió muy mal por haberlo traicionado. Entonces fue a donde estaban los sacerdotes principales y los líderes del país, les devolvió las treinta monedas de plata, y les dijo: He pecado contra Dios porque entregué a Jesús, y él es inocente. Ellos le contestaron: ¡Y eso qué nos importa! ¡Es problema tuyo!
Entonces Judas tiró las monedas en el templo, y fue y se ahorcó.
Judas se da cuenta que hizo mal al traicionarlo. Lo confiesa, declara la inocencia de Jesús y devuelve el dinero. Parecería todo indicar un arrepentimiento. Pero lo que dice lo contrario son los frutos: fue y se ahorcó.
Observemos a Pedro:
Lucas 22:31-34: Después, Jesús le dijo a Pedro: Pedro, escucha bien. Satanás ha pedido permiso a Dios para ponerles pruebas difíciles a todos ustedes, y Dios se lo ha dado. Pero yo he pedido a Dios que te ayude, para que te mantengas firme. Por un tiempo vas a dejarme solo, pero después cambiarás. Cuando eso pase, ayudarás a tus compañeros para que siempre se mantengan fieles a mí.
Enseguida Pedro le dijo: Señor, si tengo que ir a la cárcel contigo, iré; y si tengo que morir contigo, moriré.
Y Jesús le dijo: Pedro, hoy mismo, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.
Lucas 22: 54-62 Los que arrestaron a Jesús lo llevaron al palacio del jefe de los sacerdotes. Pedro los siguió desde lejos. Allí, en medio del patio del palacio, habían encendido una fogata, y se sentaron alrededor de ella. Pedro también se sentó con ellos.
En eso, una sirvienta vio a Pedro sentado junto al fuego, y mirándolo fijamente dijo: Este también andaba con Jesús. Pedro lo negó: ¡Mujer, yo ni siquiera lo conozco!
Al poco rato, un hombre lo vio y dijo: ¡Tú también eres uno de los seguidores de Jesús! Pedro contestó: ¡No, hombre! ¡No lo soy!
Como una hora después, otro hombre insistió y dijo: Estoy seguro de que este era uno de sus seguidores, pues también es de Galilea. Pedro contestó: ¡Hombre, ni siquiera sé de qué me hablas! No había terminado Pedro de hablar cuando de inmediato el gallo cantó.
En ese momento, Jesús se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho: «Hoy, antes de que el gallo cante, vas a decir tres veces que no me conoces.»
Pedro salió de aquel lugar y se puso a llorar con mucha tristeza.
La diferencia entre los dos radica en los frutos. La frustración y remordimiento de Judas lo llevó a la muerte, porque ese es su fruto. Pedro se arrepintió. Esto no le permitió quedarse toda la vida llorando su tristeza. Fue con los discípulos. Soportó el fracaso humillado ante la realidad de su fragilidad. Allí lo encontró Cristo y restituyó al servicio:
Juan 21:15-19: Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él le respondió: Sí, Señor. Tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Entonces cuida de mis seguidores, pues son como corderos.
Jesús volvió a preguntarle: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contestó: Sí, Señor. Tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: Entonces cuida de mis seguidores, pues son como ovejas.
 Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro se puso muy triste de que tres veces le había preguntado si lo quería. Entonces le contestó: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
Jesús le dijo: Cuida de mis ovejas. Cuando eras joven, te vestías e ibas a donde querías. Pero te aseguro que, cuando seas viejo, extenderás los brazos y otra persona te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir. Jesús se refería a cómo iba a morir Pedro, y cómo de esa manera iba a honrar a Dios.
Después le dijo a Pedro: Sígueme.
El  arrepentimiento transforma las vidas para salvación. Los frutos finales dirán si ante un error cometido lo que se siente es remordimiento o arrepentimiento. El remordimiento repite los errores intentado perfeccionarlo; el arrepentimiento cambia su conducta ante Dios y los hombres.