Para graficar esta idea observemos lo siguiente: La palabra reino aparece aproximadamente 55 veces en Mateo, 20 veces en Marcos, 46 veces en Lucas y 5 veces en Juan… pero la frase Reino de Dios y expresiones equivalentes aparecen aproximadamente 80 veces.
En un análisis general de todos los temas predicados por Jesús entendemos que no hay otro tema central que el mensaje de la manifestación del reino de Dios.
Al analizar el principio de su ministerio podemos leer en Marcos 1:15 lo siguiente: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. Sobre esta base de su pronunciación vamos a meditar en su significación para nuestra salvación, consagración y posterior servicio en su reino. Siendo parte de éste tanto en sus beneficios como en las obligaciones que conlleva.
EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO
Debemos entender que todo en el reloj de Dios tiene su tiempo. Aunque Él sea eterno y su habitación sea la eternidad, sin embargo, no hay diferencias en los tiempos sino en su duración. Es decir, el tiempo eterno es por siempre y el mortal es pasajero, pero, todo es tiempo de Dios. En este contexto, era necesario que el tiempo de Cristo se alineara con los del Padre venciendo la tentación constante de adelantar esos tiempos, como se registra en diferentes pasajes bíblicos.
Juan el Bautista era la alarma del reloj de Dios que señalaba con su vida que el tiempo se había cumplido. Primeramente porque él leyó muy bien cuál era el centro del mensaje. En Mateo 3:1-2 leemos: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”. Pero, también, porque el final de su ministerio marcaba el principio del tiempo de Cristo. Un versículo anterior al leído en Marcos 1 en el verso 14 dice que “después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios”. Su mensaje al comenzar su ministerio como su encarcelamiento, dando final a su ministerio público y posterior muerte, nos muestra como la vida de Juan el Bautista era solo la alarma del despertador que indicaba el cumplimiento de los tiempos.
Cristo dijo que “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley”, Lucas 16:16-17. Contextualizando con Mateo 11:11-14 donde dice: “De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos mayor es que él. Desde los días de Juan hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El que tiene oídos para oír, oiga”.
El ministerio de Juan fue de tanto impacto, no por milagros o manifestación extraordinaria, sino por lo explicito que era en los tiempos de Dios. Con él finalizaba el tiempo profético sobre el Mesías y el cumplimiento de la ley de Dios en Cristo. Provocó una consternación tal que todos querían entrar en el reino a cualquier precio, pero sin respetar la ley moral y espiritual de Dios. Lo vemos en el rio Jordán y la interpelación de Juan a las multitudes que acudían a él. A la vez, desde los días de Juan hasta ahora, dijo Jesús, se produjo una característica en el reino de los cielos que es la violencia que experimenta, y los violentos lo arrebatan. En este sentido, entiendo que la palabra violencia se entiende como “fuerza”, “vehemencia”, “dedicación”.
Sabiendo que la salvación es por gracia, no obstante, aunque todos quieren entrar, es necesario respetar la ética y moral de Dios manifiesta en su palabra. Y esto va a requerir mucha fuerza de voluntad, vehemencia y dedicación, tanto como esfuerzo.
El esfuerzo lo rescato de Lucas 13:22-25 que dice: “Pasaba Jesús por ciudades y aldeas, enseñando, y encaminándose a Jerusalén. Y alguien le dijo: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procuraran entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando afuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de donde sois”.
EL REINO DE DIOS SE HA ACERCADO
Sin perder de vista la gracia, hacemos hincapié en que este reino anunciado no es de este mundo, como esperaban los judíos (Juan 18:36). Poder ver este reino que no es de este mundo requiere nacer de nuevo, como Cristo le dijo a Nicodemo en Juan 3:3. Y, como vimos anteriormente, es necesario fuerza, vehemencia, dedicación y esfuerzo, a lo cual agregamos, que es un reino que debe buscarse con diligencia (Mateo 6:33), con el fin de ser las semillas de este reino (Mateo 13:38), y conocer los misterios de este reino (Mateo 13:11).
Vemos que las escrituras describen, también, lo que no es el reino de Dios: No consiste en comidas y bebidas, es decir, en lo externamente religioso, (Romanos 14:17). Y, tampoco consiste en palabras huecas enseñadas por sabiduría humana o el simple palabreo carismático y secular (1 Corintios 4:20).
ARREPENTIOS.
Decimos que el arrepentimiento significa cambiar la dirección de nuestra vida. Para que esto
suceda es necesario cambiar la manera de pensar para que cambie la manera de vivir. Esto lo leemos del apóstol Pablo en Romanos 12:2, según esta versión: “No viváis conforme a los criterios del tiempo presente; por el contrario, cambiad vuestra manera de pensar, para que así cambie vuestra manera de vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que es grato, lo que es perfecto” (DHHE: Dios Habla Hoy Versión Española).
El arrepentimiento no tiene que ver con lo que hacemos porque eso es activismo. Tampoco con lo que somos exteriormente porque eso es religiosidad. Tiene que ver con aquello en que nos transformamos mediante la renovación de nuestra mente. Acto necesario para comprobar cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Es necesaria esta transformación para poder creer en este nuevo evangelio presentado por Cristo. Que, a la vez, relacionaba todo con un nuevo reino proclamado y un tiempo cumplido. Veamos estas verdades fundamentales no desde la óptica religiosa sino política.
CREED EN EL EVANGELIO
Hablar de “buenas nuevas” equivale, por supuesto, a hablar del “evangelio”. Me sorprende saber que esta palabra no proviene de lo religioso, como toda mi vida cristiana lo creí, sino desde lo político, y que no empezó con Cristo sino que tiene un trasfondo histórico.
Primeramente observemos que el término “evangelio” procede del griego euaggélion, que significa básicamente, “buenas noticias”. Aunque suene extraño, el término no nació en la iglesia cristiana. Según el erudito William Barclay, en el griego clásico, “evangelio” originalmente significaba “la recompensa dada a un mensajero por traer buenas noticias”.
Para el tiempo en que nace Jesucristo, ya circulaba una inscripción romana que comenzaba con las palabras “El principio del evangelio de César Augusto…”. En ella se presentaba el nacimiento del emperador romano “como el comienzo de una serie de buenas noticias para el mundo”.
En innumerables ciudades-estado, reinos e imperios de la antigüedad, los gobernantes políticos seculares también afirmaban ser dioses. Tal propaganda también fue empleada con éxito en muchos casos. Y cuando tenía éxito, era inmensamente útil para aumentar el poder del rey y asegurar la obediencia al estado. Desde Alejandro Magno hasta los reyes de la costa mediterránea de Asia, pasando por los faraones egipcios, innumerables gobernantes afirmaban ser “hijo de Dios”.
A finales del siglo I, el emperador Domiciano empleaba el título de “amo y dios”. El nombre original de Augusto César era Cayo Octavio. Era el sobrino, hijo adoptivo y sucesor designado por Julio César. Después de la muerte de Julio, Octavio tuvo que luchar para consolidar el control, pero, cuando finalmente aseguró su posición como primer emperador romano, reinó durante más tiempo que todos los Césares descendientes de Julio, desde el año 63 a.C. hasta el 14 d.C.
Durante el reinado de Augusto explotó la adoración al emperador, especialmente en Asia Menor que más tarde se convirtió en un centro de persecución de los cristianos. (Asia Menor fue la zona que Pablo recorrió en sus dos primeros viajes misioneros, así como la ubicación de las siete iglesias que reciben cartas en el Apocalipsis).
Por lo que sabemos de Augusto y de la adoración que se le rendía, está claro que Lucas está
contando la historia de Jesús de tal manera que a Cristo se le ve como el auténtico poseedor de los títulos atribuidos a Augusto. No es Augusto quien es el Salvador y el Señor, sino "que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor" (Lucas 2:11). No es Augusto, sino Jesús el Hijo de Dios (Lucas 1:32). Y no es con Augusto donde ha llegado el punto decisivo de las épocas, sino con Jesucristo, quien introduce el reino de Dios (Lucas 4:43).
El credo romano decía: "El César es el Señor", sin embargo, los cristiano sólo reconocemos a Jesús como Señor. A causa de su larga historia de monoteísmo, a los judíos se les concedió un permiso para no tener que adorar al emperador. Mientras el cristianismo fue considerado una secta del judaísmo, los cristianos también estaban exentos de ser obligados a adorar al emperador romano. No obstante, cuando los judíos comenzaron a denunciar a los cristianos y a expulsarlos de las sinagogas, ya no se les permitió esta excepción. Así pues, el gobierno romano fue el instrumento de la persecución judía en gran parte del Nuevo Testamento.
Vemos el primer caso de esto en los cargos presentados contra el propio Jesús (Lucas 23:1-2). Esto volvió a suceder con Pablo y Silas en Tesalónica, donde algunos judíos incrédulos agitaron a la multitud diciendo: "Todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús" (Hechos 17:7). Augusto César murió poco después del nacimiento de Jesús.
En el Nuevo Testamento sólo se menciona a César Augusto una vez, al principio de la conocida historia del nacimiento de Jesús registrada en Lucas 2:1 "Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el mundo habitado". Como consecuencia de este decreto, José tuvo que volver a su casa ancestral, Belén, y se llevó con él a María, quien ya esperaba al niño Jesús. Mientras estaban allí, en Belén, nació Jesús, tal como había predicho el profeta Miqueas: "Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que ha de ser gobernante en Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad" (Miqueas 5,2). El censo que obligó a José y María a ir a Belén fue el impacto más evidente de César Augusto en la historia bíblica. Aunque Augusto y los emperadores que le siguieron pensaron que estaban construyendo su propio reino, simplemente fueron protagonistas sin saberlo, y a menudo sin quererlo, en la edificación del reino de Dios.
Nosotros que estamos familiarizados con las escrituras cristianas notamos, por supuesto, las
similitudes aquí con una proclamación posterior de “buenas noticias” que se encuentra en el
evangelio de Lucas. Lucas escribe sobre el nacimiento del nuevo «salvador, que es Cristo el
Señor». Este salvador es también el «Hijo de Dios», que traerá «la paz a los hombres». Sin embargo, al utilizar ese lenguaje, los evangelios cristianos y los cristianos estamos estableciendo un conflicto irreconciliable: este rey recién nacido no era el César. Además, también estaba claro que César y Cristo no podían lógicamente ser ambos gobernantes universales. Sólo uno podía ejercer el verdadero dominio, y sólo uno podía ser el verdadero salvador que traería una nueva era de paz.
El propio nacimiento de Cristo es visto como una grave amenaza para Herodes, que gobierna
como rey cliente del César. Cuando Herodes exige a los Magos que le informen sobre el paradero del niño, los Magos deciden desobedecer y engañar a Herodes. Por este motivo, José huye con Jesús y María a Egipto. La bancarrota moral de Herodes se ilustra posteriormente con su masacre de los inocentes.
Pero Cristo no era una amenaza sólo para Herodes. Como dejan claro los evangelios, este nuevo rey era también el único y verdadero salvador e hijo de Dios, en contraste con el mero César. Todo este trasfondo socio histórico y religioso nos permite entender, desde otro punto de observación, la relación de Jesús con los poderes monárquicos desde su nacimiento. Sin lugar a dudas, creer en el evangelio era bien entendido por aquellos que vivían en esos tiempos, más que por nosotros en la actualidad.
CONCLUSION.
Desde esta óptica, podemos decir que dentro de las cuatros verdades fundamentales de Marcos 1:15, es decir:
1- El tiempo se ha cumplido: Marcaba el comienzo del ministerio de Cristo como el inicio de un nuevo reinado universal.
2- El reino de Dios se ha acercado: Ese acontecimiento era el acercamiento a los hombres de su reino. Algo que Jesús dejo plasmado en su oración modelo con el pedido “Venga tu reino”, dejando claro que es Dios quien viene hacia nosotros y no nosotros hacia él. Este reino sempiterno eleva al Rey y requiere de nuestra aceptación a su autoridad sobre nuestra voluntad. El reino mesiánico.
3- Arrepentíos: En solicitud, este reino requiere una transformación en una nueva criatura nacida de nuevo, con el cambio de nuestra manera de pensar secular hacia la ética y moral de Dios. Una transformación a la imagen de Jesús acorde a su mente.
4- Creed en el evangelio: Pero, sobre todo, es necesario creer en este anuncio de “buenas nuevas”. Creer en este evangelio es aceptar ese nuevo reinado mediante el cual “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quién tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” Colosenses 1:13-14.
Falta un cumplimiento en los tiempos de Dios cuando Jesús venga por su iglesia. “Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.
Porque todas las cosas las sujeto debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa a aquél que sujeto a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”. 1 Corintios 15:23-28.
Por fin, el tiempo se ha cumplido. Su reino se acercó a nosotros. Esto produce un nuevo nacimiento que nos impone el no conformarnos con los estándares pecaminosos de la potestad de las tinieblas, sino una transformación a la imagen de Cristo. Mediante la renovación de nuestra mente cambiamos nuestra manera de vivir, a la manera de la mente de Jesús. Estas son las “buenas noticias” en la que hemos creído que transciende todos los tiempos y los reinos perecederos de los hombres.
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